Mezquita en llamas

Amy Goodman
Democracy Now!/Rebelión
Traducido por Mercedes Camps, Fernanda Gerpe y Democracy Now! en español
21/08/10

Salman Hamdani falleció el 11 de septiembre de 2001. El asistente de investigación de la Universidad Rockefeller tenía 23 años y era graduado de bioquímica. También había recibido capacitación como técnico en medicina de emergencia y era cadete del Departamento de Policía de Nueva York. Pero ese día nunca llegó a su trabajo. Hamdani, un musulmán estadounidense, fue uno de los primeros socorristas en llegar aquel día. Corrió hacia la Zona Cero para salvar a otros. Su acto de altruismo le costó la vida.

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Hamdani fue más tarde distinguido como un héroe por el Presidente George W. Bush y su nombre fue mencionado en la Ley Patriota de Estados Unidos. Pero no fue así como lo describieron los medios inmediatamente después del 11 de septiembre. En octubre, sus padres fueron a la Meca a rezar por su hijo. Mientras estaban fuera del país, el New York Post y otros medios describieron a Hamdani como uno de los posibles terroristas fugados. El titular del New York Post anunciaba en letras de molde “¿DESAPARECIDO O ESCONDIDO? EL MISTERIO DEL CADETE PAKISTANÍ DE LA POLICÍA DE NUEVA YORK”. El artículo sensacionalista decía que alguien muy parecido a la descripción que se había dado de Hamdani había sido visto cerca del Túnel Midtown un mes después del 11 de septiembre. Su familia fue interrogada, y se investigaron las búsquedas en Internet y las inclinaciones políticas de Hamdani.

Sus padres, Talat y Saleem Hamdani, habían buscado desesperadamente en los hospitales, en las listas de fallecidos y de heridos. “Sólo buscábamos, en cada rincón de los hospitales. Fuimos a Nueva Jersey, fuimos a todos los hospitales. Algunos pacientes habían perdido la memoria”, dijo su madre, Talat. “Teníamos la esperanza de que fuera uno de ellos y de que pudiéramos identificarlo”.

Los siniestros informes sobre Salman Hamdani fueron característicos de la creciente y abierta intolerancia contra los árabes-estadounidenses, los musulmanes-estadounidenses y la gente de ascendencia sur-asiática. Talat, que en aquel momento trabajaba como maestra, me contó que los niños de su familia tuvieron que cambiar sus nombres por nombres anglosajones para evitar ser discriminados:

“Tenemos sobrinas y sobrinos. Estaban en segundo grado. Y, créanme, cambiaron sus nombres. Armeen pasó a llamarse Amy, y uno pasó a llamarse Mickey, el otro Mikey y el cuarto pasó a llamarse Adam. Y les preguntamos, '¿Por qué cambiaron sus nombres?' Y dijeron 'porque no queremos que nos llamen terroristas en la escuela'”.

El 20 de marzo de 2002, la familia Hamdani recibió la noticia de que el ADN de Salman había sido hallado en la Zona Cero, y que por lo tanto era oficialmente una de las víctimas de los ataques. En su funeral, realizado en el Centro Comunitario Islámico en la calle 96 del Este de Manhattan, hablaron el Alcalde Michael Bloomberg, el Jefe de Policía Ray Kelly y el congresista Gary Ackerman.

Lo que nos lleva a la actual polémica sobre la propuesta de construir un centro comunitario islámico, proyectado en el número 51 de Park Place en el bajo Manhattan. Vale aclarar que el lugar no es una mezquita, y no es en la Zona Cero (está a unas cuadras de distancia). La Iniciativa Córdoba, el grupo sin fines de lucro que impulsa el proyecto, lo describe como un “centro comunitario, muy parecido a la Asociación Cristiana de Jóvenes o al Centro Comunitario Judío, donde la gente de cualquier fe puede utilizar sus instalaciones. Además de un gimnasio, la Casa de Córdoba tendrá una piscina, un restaurante, un auditorio para 500 personas, un monumento conmemorativo del 11 de septiembre, una capilla para diferentes religiones, un espacio de oficinas y salas de conferencias y un espacio para rezar”.

La oposición al centro comenzó en blogs marginales de derecha, y desde entonces ha llegado a los medios masivos. Mientras los multimillonarios agentes inmobiliarios discuten qué hacer en la Zona Cero, el hueco que allí quedó aún no ha sido llenado. En cambio, el hueco en las noticias durante el mes de agosto fue llenado con la polémica de la “Mezquita de la Zona Cero”, como ellos mismos la llaman.

Hay otro hueco que debe ser llenado, a saber: la ausencia de referentes en Estados Unidos de todas las profesiones y condiciones sociales y de todo el espectro político que defiendan la libertad de religión y se expresen contra el racismo. Como dijo una vez el Reverendo Martin Luther King Jr.: “Al final no recordaremos las palabras de nuestros enemigos, sino el silencio de nuestros amigos”.

¿Alguien diría seriamente que no debería existir una iglesia cristiana cerca del edificio de la ciudad de Oklahoma en el que Timothy McVeigh realizó su atentado con coche-bomba, solo porque McVeigh era cristiano?

La gente que está en contra del odio no es una minoría marginal, ni tampoco una mayoría silenciosa. Es una mayoría silenciada. Silenciada por los opinólogos y pseudointelectuales que llevan a cabo este debate en los medios.

El odio provoca violencia. La marginación de una población entera, de una religión entera, no es algo bueno para nuestro país. Pone en peligro a los musulmanes en Estados Unidos, y genera rencor hacia Estados Unidos en el resto del mundo.

Cuando le pregunté a Daisy Khan, directora ejecutiva de la Sociedad Estadounidense para el Avance Musulmán, una de las organizaciones que copatrocinan el centro comunitario propuesto, si temía por su vida, por la de sus hijos o por los musulmanes de Nueva York, respondió “Temo por mi país”.

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Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.

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