En Israel sale muy caro cortarse los aladares

abc.es
06/02/10

Shimon Lev tenía 23 años, mujer y dos hijos cuando vio por primera vez la televisión. Fue el mismo día que se cortó los tirabuzones -aladares- que siempre habían crecido en sus sienes en señal de dedicación a Dios, como manda el Levítico. También ese día huyó de su hogar para cortar asimismo con su «vida pasada». «En familias de la corriente Litaim como la mía -relata-, si te vas es como si murieras, muchas celebran incluso un funeral... pero yo no podía más».

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Maayan Shalev tampoco. Siendo adolescente, escapó de la ultra ortodoxia tirándose por la ventana de la casa de su madre, que, casada en segundas nupcias, la obligaba «a dormir con pijama, calcetines y encima un camisón» para cumplir con la modestia que la Ley impone cuando se tiene un hombre «extraño» bajo el mismo techo. Por la misma regla, el padrastro -el «extraño»- jamás se dirigió a ella para hablarla.
En la metáfora afectuosa de Irit Paneth, una voluntaria de la organización Hillel, que ha ayudado mental y económicamente a más de dos mil haredim a insertarse en «el mundo real», estas personas son «como unos alienígenas».

Son seres «llegados de otro planeta» -explica-, que han tenido que aprender a abrir una cuenta corriente, a usar el teléfono, a comer o a elegir ropa, porque proceden de un universo hermético y fanático, donde no hay más que el omnisciente estudio de las Escrituras. Donde el exterior, hostil y corrupto, se oculta prohibiendo tele, internet y los periódicos para ahogar la tentación de la disidencia. Donde un laberinto de normas fosilizadas ordena todo.

Shimon recuerda con angustia los mitsvot, los preceptos, que disponen hasta cómo hay que atarse los zapatos. Maayan evoca que su ignorancia era tal que, a los 14 años, tuvo un ataque de pánico al ver en el cine censurado de su comunidad de Beitar Illit la película «Estallido», un burdo apocalipsis a cuenta del virus ébola. «No pude dormir -rememora-, no sabía si era verdad, ni siquiera sabía lo que era Nueva York...». Las escuelas talmúdicas no les dan títulos, ni conocimientos superiores a los de un niño de cuarto de Primaria para que no piensen por sí mismos.

El gran precio por abandonar ha sido el repudio de su entorno. Los haredim de Kyriat Sefer pagaron el divorcio a la ex esposa de Shimon, que tiene a los hijos, de 4 y 2 años. «Los veo una vez por semana, me dicen que lloran y rezan cada noche para que yo vuelva a ser religioso otra vez... pero conozco a padres que llevan cinco años sin poder visitar a sus pequeños», se consuela. Maayan no ha vuelto a tener contacto con su familia. Ninguno de los dos cree ya en Dios.

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