¿Ni pan, ni circo?
Carlos Sánchez Almeida
El abogado del Navegante
26/03/10
“Desde hace tiempo –exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto- este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin todo, ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos cosas: pan y juegos en el circo”
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Desde el siglo I, todos los emperadores romanos sabían que cuando se vaciaban los graneros, había que llenar el circo. Algo que al parecer desconocen los aprendices de maquiavelo del complejo monclovita, en su vana pretensión de echar el cierre al intercambio de ficheros P2P.
No hace falta remontarnos tan lejos en el espacio y en el tiempo: una de las más fenomenales revueltas vividas por la ciudad de Barcelona, en tiempos conocida como la Rosa de Fuego, tuvo su origen en una mala tarde en el Torín de la Barceloneta. Salieron mansos, el respetable se sublevó, y allá que se fue, al grito de Lo Bou Gros (a por el toro gordo), a quemar conventos. El general Bassa, que utilizó la fuerza para aplacar la revuelta, acabó arrastrado –como un toro gordo- por las Ramblas, donde se prendió fuego a su cadáver.
La gente se enfada mucho cuando le quitan la juerga, especialmente cuando le suenan las tripas a vacío. El español aguanta las apreturas que haga falta, pero cuando se quita el refajo, ay del que le tiente el solaz. ¿O no se acuerda la autoridad de la que se montó en la Madrila de Cáceres cuando quisieron prohibir el botellón?
Imaginen que un buen día se cae Internet de golpe, y nos quedamos sin fútbol, sin porno, sin música y sin cine. ¿Qué pasará? Pues nada, hombre, que la gente saldrá a la calle a divertirse. Y bien que hará la autoridad de permitirlo.
La semana que viene la revolución silenciosa y pacífica de Internet saldrá a la calle en Barcelona. Seguirá siendo pacífica, pero se tornará ruidosa y festiva, para saludar con verbena a los 27 ministros de cultura que vendrán a Barcelona. Al fin y al cabo, en eso también consiste la cultura libre: en dejar que el pueblo cante y se divierta.
La principal obligación de los poderes públicos es asegurar que los ciudadanos puedan ejercer libremente sus derechos fundamentales, y entre ellos destacan sobremanera el de libre expresión, reunión y manifestación pacífica. Por ello les rogaría especialmente a las fuerzas vivas que mantengan lejos de la fiesta a agentes provocadores. Dedíquense a escoltar a la ministra, y no nos toquen las narices mientras bailamos.
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