“Esclavitud infantil aún ya en pleno siglo XXI”

24/03/10
Tercera Información

A modo de consideraciones preliminares, reconozco que soy algo goloso: como botón de muestra, me encanta el chocolate; con todo, por si me sirve de cierta “justificación” he escrito que soy algo goloso, no he dicho excesivamente goloso: sujeto que sucumbe un día sí y otro también a la irresistible glotonería por toda clase de dulces y golosinas. Asimismo, reconozco que en lo tocante al compromiso solidario por la justicia, las personas todas somos en mayor o menor medida víctimas al tiempo que victimarias; por ello justamente, considero que puede que yo mismo que estas líneas escribo no sea ni mejor persona ni más solidario que todas esas personas que han tomado la costumbre de darse, de vez en cuando, auténticos baños de chocolate por todo el cuerpo, práctica de terapéutica corporal y epidérmica que parece ser el último grito en la moda de querer cuidar el cuerpo físico, y de paso, al menos muy a menudo, darle culto, culto narcisista al cuerpo.

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Pero me resulta indignante, la verdad, haber visto más de una vez y de dos reportajes que muestran a algunas personas, muelle y plácidamente tendidas sobre una camilla, dejándose embadurnar todo el cuerpo de chocolate, acaso inconscientes de que mientras ellas se pueden permitir el lujazo de ese capricho, en un continente como África (el gran productor mundial de cacao, con cerca de un 80% de la producción total, y eso que el cacao es originario de América del Sur, de una de cuyas lenguas precolombinas procede el término cacao), es decir, no tan lejos de nuestras Islas Canarias, miles de niños trabajan como esclavos en países como Malí (donde se calcula que cerca de 15.000 niños puede que aún trabajen en condiciones de esclavitud, en pleno siglo XXI); y desde luego en Costa de Marfil (38% de la producción mundial), en Ghana (19%), en Nigeria (5%) y en Camerún (5%), los niños que trabajan en el cultivo del cacao, controlado por las voraces multinacionales, no lo hacen precisamente con garantías sanitarias, laborales y sindicales lo que se dice precisamente óptimas.

De modo que si ya provoca un cierto dolor en la conciencia el consumir de vez en cuando o con relativa frecuencia chocolates y otros dulces que contienen cacao, me quiero imaginar por un momento cómo habría de sentirme yo mismo, cómo me gritaría mi propia conciencia de persona, pese a la crisis, no tan incómodamente instalada en este Occidente que no deja de esquilar y empobrecer a los países del Sur, si me dejara embadurnar mi cuerpo de chocolate…

Sí: no es preciso ni dejar volar particularmente en exceso la fantasía ni consultar sesudos ensayos para conocer lo que sigue siendo obvio, a saber, nuestro bienestar occidental sigue sosteniéndose no poco en la miseria de los pueblos del Tercer Mundo. Por ende, y dado que “vivir es elegir entre impurezas”, que dijera el filósofo francés Emmanuel Mounier, como no podemos evitar el practicar algunas injusticias, por mínimas que estas sean y aunque no queramos cometerlas, la vida vivida con altas dosis de conciencia moral ha de consistir, estimo, en tratar de cometer el menor número posible de esas impurezas.

Verbigracia: si somos algo golosos y nos encanta el chocolate, intentar no comer tanto chocolate, que además favorecerá el que engordemos menos. También, obvio, boicotear los productos de la multinacional Nestlé, acaso de las más inicuas, e incluso de otras multinacionales, si somos capaces. O apoyar, ya sea de cuando en cuando, los productos del llamado comercio justo, que ciertamente son más caros que los mismos productos comprados en las grandes cadenas comerciales, sólo que, al parecer, producidos con criterios justos, equitativos y éticamente respetuosos con las más legítimas y humanas exigencias de los productores autóctonos de esos productos controlados por las multinacionales de la alimentación.

Es lo mínimo.

24 de marzo, 2010. LUIS ALBERTO HENRIQUEZ LORENZO. Licenciado en Filología Hispánica.

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