El aliento de la libertad
Gorka Larrabeiti
Rebelión
09/06/09
Entrevista al filósofo italiano Danilo Zolo sobre Obama, la ONU, las devoluciones de migrantes, la tiranía videocrática en Italia
Si el “buen” intelectual -dijo Alfonso Sastre- se caracteriza por ser políticamente correcto, antiviolento -venga de donde venga la violencia-, tolerante, ciudadano (desarraigado) del mundo, pacifista -sea cual sea la guerra-, y demócrata -por profunda que sea la crisis de la democracia representativa-, mucho me temo que nuestro entrevistado no lo es. Si el "buen intelectual" prefiere, además, la injusticia al desorden, entonces ya no cabe lugar a dudas: Danilo Zolo será lo que sea, pero no un " buen intelectual".
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Catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Florencia y autor de obras ya clásicas como "Cosmópolis" o "La justicia de los vencedores", mantuvo durante años una vibrante relación intelectual con Norberto Bobbio, uno de los filósofos italianos contemporáneos de mayor fama. Zolo publicó en septiembre un libro ("L'alito della libertà. Su Bobbio", Feltrinelli, Milán, 2008) en el que se recogen veinticinco cartas inéditas de Bobbio, dos entrevistas y artículos centrados en las ideas de Bobbio sobre la relación entre política y cultura, la idea de igualdad, guerra y paz...
Encontrarse en tiempos en que abundan tantos y tantos “intelectuales buenos” con un profesor que piensa libremente y hace pensar es cosa rara. Por eso, aprovechamos la excusa de su nuevo libro para preguntar a Zolo por varios de los temas que ha tocado a lo largo de su vida -Imperio, justicia internacional, derechos humanos, autonomía cognitiva de los ciudadanos-.
Pregunta: Comencemos por el corazón del Imperio. Han pasado algo más de cuatro meses de presidencia Obama. Con respecto a la guerra contra el terrorismo, ¿qué se esconde detrás de eso que han llamado “la marca Obama”?
Respuesta: Hay quien sostiene que, frente a la amenaza permanente del terrorismo islámico, Obama no puede solventar los errores de su predecesor sin desatar una crisis en dos instituciones de las que depende la seguridad del Estado como son las Fuerzas Armadas y los servicios de seguridad. Se puede sostener esta tesis sólo si se comparte el planteamiento de “guerra contra el terrorismo” decidido por Obama y su Secretaria de Estado, Hillary Clinton. Se trata de un planteamiento que no es que se aleje de la estrategia del gobierno anterior, sino que parece agravarla. La nueva presidencia señala que la cuna del terrorismo global se halla en la zona de Afganistán y Pakistán occidental, y se propone derrotarlo -identificándolo con Al Qaeda, los talibanes, y, de hecho, con la entera etnia pastún- mediante la fuerza de las armas. Sostienen que el terrorismo se derrota intensificando y concentrando en el área afgano-pakistaní el compromiso militar de los Estados Unidos y de sus aliados europeos, una vez más bajo la égida ilegal de la OTAN. Para ello, Obama, además de abandonar el modelo de la guerra preventiva que inauguró Bush, pretende garantizar la hegemonía de los Estados Unidos en el área asiática con métodos que contradicen toda estrategia multilateral y posthegemónica.
P.: Hablemos de la ONU. En su último artículo publicado en Il Manifesto usted reflexionaba sobre la criminalización de los inmigrantes por el gobierno italiano, y señalaba que hoy por hoy nadie, empezando por las grandes potencias, respeta el Convenio de Ginebra. Días después el ministro de Defensa italiano dijo que ACNUR “no contaba ni un pimiento”. Cuanto más se globaliza el mundo, menos cuentan las instituciones internacionales. ¿Es así?
R.: Ha habido numerosos críticos que han denunciado infinitas veces el fárrago burocrático, la escasa funcionalidad y la débil representatividad de las instituciones internacionales, comenzando por las Naciones Unidas. Antonio Cassese, por ejemplo, ha subrayado que Naciones Unidas publica todos los años gran cantidad de resoluciones -la Asamblea General una media de 300, el Consejo de Seguridad unas 60- que suelen quedarse en papel mojado. La Asamblea General carece de poderes sustanciales, mientras que el Consejo de Seguridad, que no dispone de fuerzas militares a sus órdenes, “emite rugidos de león desdentado”. Para sus actividades menores -por mucho mérito que tengan- como las de mantenimiento de la paz y de promoción del desarrollo de los países subdesarrollados, las Naciones Unidas disponen de un aparato burocrático de tamaño imponente -más de 9.000 funcionarios muy bien pagados- seleccionados a menudo conforme a criterios no de mérito sino político-geográficos y, por consiguiente, de profesionalidad dudosa y a veces hasta de dudosa honradez. Otros críticos no han dudado en retratar las Naciones Unidas como un organismo deslegitimado y apartado de las estrategias hegemónicas de las grandes potencias, con Estados Unidos a la cabeza. Se sostiene que este organismo ha perdido toda capacidad de disciplinar y limitar el uso de la fuerza internacional y que ya ni siquiera es capaz de reducir las consecuencias más graves del uso de los instrumentos de destrucción masiva. Carece asimismo de la autoridad y el poder necesarios para restaurar la soberanía de los pueblos agredidos por las potencias occidentales u oprimidas por sus aliados -piénsese en el pueblo afgano o en el iraquí-; y como tampoco es capaz de intervenir para proteger al pueblo palestino. Es difícil no compartir esta larga serie de críticas.
P.: Desplacémonos ahora a una de las fronteras calientes del Imperio. ¿Cómo juzga la devolución de migrantes hacia Libia, medida que el ministro del Interior italiano calificó como “suceso histórico”?
R.: Lo juzgo como una prueba de la barbarie ética y jurídica de los actuales gobernantes del Estado italiano, y de la no menos grave necedad de la mayoría de los italianos que aprueban sus fechorías. Lo que se le escapa a la mayoría de los italianos es que las migraciones están estrechamente relacionadas con la discriminación global creciente entre países ricos y poderosos, por un lado, y países débiles y paupérrimos, por el otro. Al 20% más rico de la población mundial le corresponde una cuota de riqueza al menos 160 veces superior a la del 20% más pobre. Encima la diferencia aumenta cada vez más gracias a las decisiones arbitrarias e incontrolables de instituciones internacionales dotadas de gran poder económico-financiero, político y militar. Las causas de la discriminación global son, además de la pobreza, las enfermedades epidémicas, la ausencia de agua potable, la devastación del ambiente, las turbulencias ecológicas y la deuda exterior. El fenómeno es especialmente grave en los países “en vías de desarrollo”, como acaba de señalar Luciano Gallino: en la India, de 1996 a 2007 se han suicidado 250.000 campesinos oprimidos por el hambre y las deudas. Ninguno de ellos pudo aferrarse al “derecho de asilo”; tampoco hizo falta en su caso patrulla alguna en el Mediterráneo.
P.: Hace poco un político de la Liga Norte italiana llegó a proponer “sitios reservados para los milaneses en el metro”. En su último libro, L'alito della libertà. Su Bobbio, usted sostiene que en las sociedades postindustriales puede darse una atracción hacia una necesidad de desigualdad. ¿Nos lo puede explicar? ¿Qué debería hacer la izquierda ante esta situación?
R.: Si se va más allá de Bobbio, se podría sostener que la idea clásica de la igualdad “natural” entre las personas es difícil de proponer en las modernas sociedades postindustriales, ya que éstas se caracterizan por altos niveles de complejidad y diferenciación funcional. En el seno de sociedades dominadas por el antagonismo entre una necesidad creciente de identidad y una presión homologadora igualmente creciente generada por los grandes medios de comunicación de masas, los individuos parecen atraídos por una suerte de “necesidad de desigualdad”, por un anhelo de concretizar y proclamar su propia diferencia. No para reclamar posiciones de privilegio, sino para reivindicar su autonomía ante el conformismo impuesto por los medios de comunicación y el mercado. En las sociedades complejas se atenúa -o se sublima adquiriendo las formas simbólicas de un liderazgo plebiscitario- la demanda de un protección política igualadora, mientras que se afirma una especie de pulsión fundamental por la autonomía expresiva, cognitiva y existencial. El modelo de la revolución cultural china, por ejemplo, está a años luz de nuestras expectativas. Pero lo que necesitamos no es una simple libertad “liberal”, la de no tener impedimentos; pedimos algo más: queremos ser nosotros -no otros- quienes tracemos el perfil de nuestra vida. Queremos que nuestro destino sea el resultado de un proyecto sobre nosotros mismos, no el de otros. Queremos ser soberanos de nuestros procesos cognitivos, nuestros sentimientos y nuestras emociones.
P.: Escribe en su libro sobre Bobbio: “La comunicación política, dominada por el código televisivo del éxito y la espectacularidad de la personalización, tenderá a vaciarse aún más de contenidos argumentativos y racionales y alimentar nuevas formas de delegación plebiscitaria”. Su análisis parece acertado en lo relativo a Italia y Silvio Berlusconi.
R.: Bobbio había afirmado explícitamente que se estaba produciendo una “inversión de la relación entre controladores y controlados, debido a que mediante el uso desaprensivo de los medios de comunicación de masas, actualmente los elegidos controlan a los electores”. En pocas palabras, según Bobbio, el extrapoder de los medios de comunicación masiva y su gestión monopolística estaban matando la democracia y la estaban transformando en una tiranía videocrática, de la que salía trastocado el supremo valor de la libertad en su esfera más delicada, la de la autonomía cognitiva de los ciudadanos. No se trataba de un retorno al fascismo, sino de algo bien distinto, y en cierto modo, más peligroso. Así pues, se hace necesario un nuevo y más profundo “aliento de libertad”.
P.: Se advierte en su libro una nostalgia muy personal por Norberto Bobbio, pero mayor aún por ese “aliento de la libertad, el desasosiego espiritual, el inconformismo ante el orden establecido, el rechazo de todo conformismo que requieren arrojo mental y energía de carácter”. Bobbio señalaba lo anterior como el arma de la sociedad para oponerse a la tendencia natural que tiene el poder para empecinarse, prevaricar y oprimir. ¿Qué se ha hecho de este “aliento de la libertad”?
R.: Norberto Bobbio fue uno de los principales interlocutores en gran parte de mis libros. Cuando me alejé de sus puntos de vista y lo critiqué abiertamente, lo hice siempre con profundo respeto. Bobbio fue y sigue siendo para mí un punto importante de referencia intelectual y moral. Su lección de pensador riguroso a la vez que apasionado, atento a los asuntos de la vida política y valeroso testigo de compromiso civil conserva en mi opinión una actualidad ejemplar. Lo que me fascinó de Bobbio fue su “estilo de pensamiento”, sobrio, austero e independiente -”el aliento de la libertad”- que refleja lo que él indicó como los frutos más sanos de la tradición intelectual europea: “la inquietud de la investigación, el acicate de la duda, la voluntad de diálogo, el espíritu crítico, el comedimiento a la hora de juzgar, la precisión filológica, el sentido de la complejidad de las cosas”. A través de todo ello, surge la figura de un gran intelectual que a la severidad inexorable con que se juzgaba, ante todo, a sí mismo, y luego a sus interlocutores, entre los que me incluyo, añadía una profunda sensibilidad humana, bondad y modestia.
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