¿Puede ocurrir un conflicto internacional en 2009? - Antecedentes históricos

Frederic F. Clairmont
Global Research
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
04/03/09

Entre estas conferencias me aventuraré a responder a responder a algunas de las dudas expresadas sobre la perspectiva de una guerra mayor. Las notas para estas conferencias fueron hechas con el pasar del tiempo en un rincón de la sala de estar.

Hay dos grandes lámparas de pie que iluminan el cuaderno que uso para escribir estas líneas. La delgada pluma negra se desliza fácilmente sobre el papel. Es uno de mis compañeros inseparables. Está ‘Hecha en China’, así como el cuaderno cuadriculado.

Uno de mis colegas introdujo el tema la otra noche: ¿existe algún producto manufacturado que el capitalismo estadounidense pueda producir que China no puede producir mejor, en mayores cantidades y mucho más barato?

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No es una especulación antojadiza. De ahí resulta si el capitalismo estadounidense en su actual estado de endeudamiento, empobrecimiento masivo y desintegración financiera podrá competir internacionalmente. O, para decirlo de otra manera: ¿cómo y con qué medios pagará por sus importaciones, por lo que consume? ¿Podrá – según la evidencia actual no lo podrá – recortar y finalmente eliminar su déficit comercial exportando más de lo que importa? Además, ¿puede el dólar ser un medio de pago y cambio aceptable en vista de la paliza a la que ha sido sometido incesantemente durante muchos años? La observación de Mahmud Ahmadineyad de Irán de que el dólar vale menos que papel higiénico usado es poco elegante, pero es compartida por muchos espíritus de primer rango en el mundo del capitalismo financiero.

En conferencias subsiguientes exploraremos las ramificaciones de esos temas. Baste decir que es cosa de vida o muerte que nos conduce a las contradicciones conflictivas dentro del capitalismo mundial y del imperialismo letal que presentaré para dar más que una idea de lo que se quiere decir cuando decimos que China se ha convertido en el centro industrial de nuestro planeta; así como una idea de lo que queremos decir cuando hablamos de desequilibrios financieros. Más de eso adelante.

Las ramificaciones

Algunos de vosotros habéis evocado la posibilidad de un conflicto mundial durante 2009. No diré que esa predicción sea ilógica o remota. Sin duda, muchos de entre vosotros no queréis decir un conflicto regional en Osetia o en Gaza. Tampoco excluyo la posibilidad de EE.UU./Israel contra Irán. En la gestación de una guerra, la demencia nunca se puede excluir la demencia. Recordemos que la oligarquía de casta de EE.UU. (USCO) y su apéndice militarista de billones de dólares está en guerra en varios frentes en áreas que comprenden decenas de miles de kilómetros. Mantiene una guerra en Gaza a través de su sustituto; continúa una guerra en Iraq; y, por cierto, está escalando su esfuerzo militar en Afganistán; ha extendido sus campos de la muerte a Pakistán. Hay que recordar que Pakistán tiene una frontera de 2.500 kilómetros con Afganistán.

No se puede ignorar una posibilidad semejante. ¿Cómo enfocamos el tema? ¿Cuál es el método más apropiado? Soy consciente de que particularizar los puntos álgidos potenciales nos proporciona los puntos individuales, pero los puntos no están conectados. Siguen separados y no pueden suministrar una perspectiva del detonador. Comprendo vuestra especulación. El historiador debe seleccionar sus hechos. Se trata de un asunto de elección personal. Pero cómo y con qué propósito cada cual selecciona sus hechos proviene de su principio de selectividad, que forma parte de un proceso de abstracción.

Su selección y su interpretación de los eventos están por lo tanto condicionadas por sus predilecciones ideológicas y filosóficas. Sus afiliaciones de clase. Su experiencia personal. Se puede particularizar una lista, pero particularizar eventos aislados no nos da un instrumento para comprender esos fenómenos complejos. El asesinato del príncipe heredero Francisco Fernando por un joven nacionalista serbio fue ciertamente el detonador, pero nos dice muy poco sin desenmarañar el complejo de convulsiones nacionalistas y rivalidades económicas y dinásticas que desgarraron los órganos vitales de la economía mundial. Tampoco podemos ignorar el incremento militar naval del imperio alemán que desafió la supremacía centenaria de la

Royal Navy británica. Como señalara David Lloyd George – el más sagaz de los artesanos del Imperio y supremo encargado del trabajo sucio en la Gran Guerra: “si 1914 no tenido lugar cuando pasó, habría ocurrido inevitablemente más tarde.” Las palabras cruciales son ‘ocurrido más tarde’. Lo que tenía en mente Lloyd George era que la política de poder del capitalismo financiero y del imperialismo, y la carnicería que incubaba de modo irreprimible, eran inherentes a la evolución del capitalismo mundial en vista de su arremetida incesante en busca de campos engrandecimiento territorial y financiero. Y sus guerras lo confirmaron.

La carrera armamentista

Muchos de vosotros habéis subrayado que es probable que la USCO eleve los gastos para compensar la caída en demanda en el sector privado, aumentando así el nivel de empleo. No es una receta nueva, pero la tesis tiene un defecto en el contexto actual de las relaciones internacionales. La USCO ya gasta en armas más del doble o el triple que el resto del mundo. El SIPRI [Instituto Internacional de Estocolmo de Investigación para la Paz] en Estocolmo, que encontraréis en Internet, suministra las cifras exactas. Pero por el momento no me ocuparé de esas cifras.

La USCO y sus lacayos militares han estado en guerra sin parar desde 1945. Y eso incluye su papel en la Guerra Civil China que terminó en 1949, en Indochina desde 1945, en Corea, en Iraq – dos veces – etc. Sus guerras coloniales, libradas exclusivamente contra pueblos de color han llevado a la economía de EE.UU. a un estado de bancarrota.

Según la última cuenta, EE.UU. tiene 250 bases militares fuera de su territorio. Gasta más de lo que gana. Es el mayor mendigo del mundo. Gasta el dinero prestado de otros. Sólo en Iraq, según las cifras de Stiglitz, la cifra es de 3,5 billones de dólares y las guerras todavía no terminan. En esas guerras ha masacrado a millones. Está librando guerras en Iraq, Afganistán, Pakistán y el ataque de Israel contra Gaza, como en el Líbano, fue inconcebible sin apoyo de EE.UU. Es una banalidad. Hay que decir que las bombas de fósforo usadas en Gaza fueron hechas en Virginia. Los proyectiles de artillería de uranio empobrecido fueron fabricados en Tennessee. Los bombarderos eran F-18 de fabricación estadounidense. Gaza fue un campo de prueba más para sus armas de matanza masiva. Con eso son cuatro guerras. Hay quien tiene razón cuando subraya que las guerras, los preparativos para guerras, impulsan la producción y el empleo. Lo que importa aquí es la naturaleza de la producción y el impacto relacionado en el empleo. Es improductivo y no agrega a la capacidad productiva.

Fue ciertamente el caso en el Tercer Reich de Hitler en el que los gastos en armas suministraron un impulsor que eliminó las filas de los desocupados. Y, por cierto, los desocupados siempre pudieron encontrar puestos posteriormente en la Wehrmacht [ejército alemán], convertidos en carne de cañón. Así fue en el Reino Unido desde 1937. Los cambios logrados por el Nuevo Trato de Roosevelt, admirables pero ilusorios de muchas maneras, no redujeron la Gran Depresión. Lo lograron los gastos masivos del sector público en la guerra financiados por la deuda.

Quiero repetir que lo que terminó la diabólica caída en recesión detonada en 1929 fue la llegada de la Segunda Guerra Mundial. ¿Puede sugerirse por lo tanto que la guerra y los preparativos para la guerra ofrezcan una ‘solución final’ para lograr el pleno empleo? En el caso del capitalismo de EE.UU., la respuesta es inequívocamente no. Los gastos de guerra – financiados con préstamos extranjeros y agujeros de deuda en continuo aumento – preparan la escena para la corrupción endémica, el endeudamiento y la bancarrota nacional y todos sus innumerables corolarios tóxicos. Las deudas del capitalismo estadounidense – federal, corporativo y doméstico – nunca serán pagadas. No pueden ser pagadas. Con la implosión diaria de la economía la USCO no tiene los recursos para pagar sus deudas. Los Frankenstein de los incumplimientos de pagos están a la vuelta de la esquina.

Se puede afirmar que la guerra aumenta los ingresos de los productores de armas. ¿En qué sectores corresponde a la realidad? ¿En qué empresas individuales es así? Si uno se esfuerza por examinar los precios de las acciones de todos los grandes fabricantes de armas, por ejemplo Lockheed en Standard & Poor's y en el Dow Jones Industrial Average (DJIA) se verá que sus ingresos y beneficios se han derrumbado, así como los precios de sus acciones.

Ante la intensidad del uso de capital en la producción moderna de armas, se reduce fuertemente la participación laboral requerida, lo que quiere decir que se reduce fuertemente el empleo. La productividad [la ratio entre los recursos invertidos y la producción obtenida], ha aumentado considerablemente, lo que ha llevado a una reducción en los requerimientos laborales con caídas colaterales en los salarios. Creo que encontraréis que en su mayor parte sus balances han sido maltratados, aunque tal vez no tanto como los del sector financiero. La conclusión parece obvia: planes de estímulo, o bombear la tasa preferencial como decían antes, obviamente no logrará lo que hace falta. Vuelvo de nuevo a los cálculos de Stiglitz.

Sólo en Iraq, se gastan 3.5 billones de dólares. ¿De dónde sale el dinero? De préstamos. Como he dicho repetidamente en estas conferencias, la economía capitalista mundial ha entrado en una fase deflacionaria de estancamiento, of ‘defastag’ como la he llamado. La USCO vive de tiempo prestado y del dinero prestado de otra gente, una parranda parasítica que es sustentada por un 70% de los ahorros del mundo, palpablemente insostenible incluso a corto plazo.

Israel y Oriente Próximo

Sospecho que algunos tienen razón cuando presuponen que Gaza es un área demasiado pequeña para ser considerada como el detonador probable de un conflicto mundial mayor. El tamaño, sin embargo, no es el único parámetro. Serbia en 1914 también era un área geo-demográfica muy exigua. Pero suministró el detonador y por ello no es el único factor en juego; son las fuerzas mayores que son puestas en movimiento. Gaza e Israel son segmentos de un imperio mayor que se retuerce en su apoplejía final. El objetivo del ataque de EE.UU e Israel es obliterar a Hamás, como su ataque en el Líbano fue eliminar a Hezbolá. Fracasaron miserablemente. Los ciudadanos del Estado siofascista aplaudieron la violación de los gazanos. Y aquí llegamos no a fuerzas abstractas sino al papel de los individuos en la historia. Netanyahu es un exponente directo del implacable exterminismo de árabes que ha logrado subir por el poste engrasado de un Estado rajado por divisiones étnicas y de clase.

Su discurso en Davos, como el de Olmert, es más que el aullido de un político empecinado a destruir a los árabes, y a lo que sus compinches fascistas llaman Hamastán. Sus dichos, como los de Lieberman, podrían ser convertidos en realidad. Netanyahu/ Lieberman podrían demoler todo Oriente Próximo y eso incluye al Estado hebreo. Y con eso quiero decir que podría llevar al desmantelamiento del señor Obama y, me atrevo a decir, a su destrucción política en vista del alcance indiscutible de los grupos de presión sionistas. El señor Obama es un político frágil y las indómitas convulsiones capitalistas, nacional e internacionalmente, lo empujarán hacia furiosas contracorrientes.

Sabemos lo que es el dúo Netanyahu/Lieberman. No hay nada nebuloso en sus planes. “Mi mayor prioridad” vocifera Netanyahu “es Irán”. ¿Hay que decir algo más? ¿Ha sondado Obama el significado de esa declaración? No hay nada críptico en ella. La posición sin rival del dúo en los grupos de presión sionista y en las esferas dominantes de la USCO es impresionante. Por ello no podemos ignorar la posibilidad de que en su desesperación podrían provocar una guerra más amplia. Un rumbo semejante no podría ser limitado a la región.

El objetivo del imperialismo de EE.UU., combinado con el de Israel, es la destrucción de Irán, aliado de Hamás y Hezbolá. No es especulación. Es política declarada. El primer ministro iraní ha movido sus peones. El juego ha comenzado. El lanzamiento de su satélite al espacio inyecta a nuestros cálculos variables nuevas y terribles.

¿Puede reconciliarse Israel con la coexistencia con Hamás y con un mundo anti-estadounidense y antisionista cada vez más militante? El cambio de tono en el mundo árabe visto en el artículo inequívoco de un miembro de la familia real saudí – y un poderoso intelecto – en The Financial Times – sugiere un cambio de la marea. La calle árabe es una realidad. Está más y más furiosa con cada día que pasa. Está sin trabajo. Está empobrecida, pero le llega Al Jazeera con 140 millones de televidentes. Un pelele como Mahmud Abbas es un fantasma y su poder está anulado. También estuvo en Davos y su discurso, como el de Karzai, fue escrito por sus revendedores estadounidenses. La dirigencia israelí sondeó a Bush (cuyo gobierno los rechazó) para volar sobre Iraq para bombardear las instalaciones nucleares de Irán.

Apareció en The New York Times. Fueron rechazados por la cábala de Bush no por razones humanitarias sino porque comprendió excepcionalmente el gran alcance de las consecuencias. También recordaréis que la actual dueña del Departamento de Estado, H. Clinton tuvo, durante sus justas electorales, la osadía de proclamar que aniquilaría a Irán. No es el momento de discutir las implicaciones de ese proyecto genocida. La posición de Bush y Obama sobre el ataque contra Irán es idéntica.

Irán ha dejado en claro que se propone seguir adelante con el enriquecimiento nuclear con fines civiles y Rusia completará este año la construcción de la instalación nuclear en Bushehr. En ajedrez, no basta con decidir lo que se va a hacer, sino hay que prever lo que va a hacer tu oponente. Pasemos a un punto álgido no menos importante. La relación entre China y EE.UU. ha escalado a nuevas alturas de tensiones comerciales a pesar del melifluo palabreo sobre lo contrario. El proteccionismo, o llamadlo nacionalismo económico si preferís, está omnipresente en una multiplicidad de guisas. Y de eso hablaré ahora mismo.

China y EE.UU.

Antes de continuar, sin embargo, para ver si las crecientes tensiones comerciales y de pagos podrían llevar a una mortífera confrontación militar, deberíamos recordar la naturaleza de las rivalidades comerciales y las armas desplegadas en esas guerras económicas en los años treinta. El discurso del presidente chino al arremeter contra EE.UU. en Davos, como lo hizo Putin, es indicativo de la tendencia de la guerra económica. Davos es el centro de la globalización. Es la cabina de pilotaje del poder corporativo, de los dirigentes del mundo y de los aspirantes a dirigentes. Davos subrayó la mísera fragilidad de las instituciones financieras que solían ser vistas como el fundamento del sistema.

Palabras como estabilidad y confianza han sido borradas de su pizarra. La debacle de UBS y de la City de Londres y los continuos temblores en Wall Street, van acompañados por estafadores espectaculares como

Madoff y Stanford. La cólera ya no puede ser disimulada, y tampoco puede ser ocultada en las masivas manifestaciones de trabajadores en París y en todas las ciudades francesas y en la neocolonia de Guadalupe. Las tensiones aumentan. Van más allá de las políticas de ‘despojar a tu vecino’ creadas primero por Joan Robinson de la Universidad Cambridge en los años treinta.

Nadie bosquejó con más claridad la naturaleza de esos conflictos que Sir Percy Bates, presidente de Cunard Steamship Company (abril de 1935) en un momento en el que dominaba la Gran Depresión. Su relevancia en nuestros días es extraordinariamente obvia:

“Estamos pasando por una guerra… Las armas que son empleadas no son acorazados, ejércitos, aviones, sino aranceles, cuotas y monedas. No se reconoce ningún estándar monetario internacional, y cada vez que varía un arancel, una cuota o una moneda, uno se ve enfrentado a una maniobra, una maniobra hostil, una maniobra bélica. Lo peor de todo es la renuencia a admitir oficialmente la existencia de un estado de guerra.”

Mientras la crisis actual se sigue arrastrando el capitalismo ya no es capaz de encaramarse para salir de su pozo de deflación y estancamiento. Un predicamento que empeora con cada hora que pasa. La guerra por los mercados mundiales y por cuotas de mercado continúa a un ritmo no disminuido. Esto se refleja en el rendimiento económico relativo de EE.UU. y China que se ha convertido en el centro de la manufactura del mundo. La USCO al contrario está atrapada en medio de la des-acumulación de capital y de una base industrial que languidece rápidamente. En cuanto al Reino Unido, su base industrial otrora poderosa ha sido vaciada. Echemos una mirada a esas cifras para comprender sus divergencias que destacan las tensiones que podrían llevar a la guerra.

Lo que dicen las cifras: Estas cifras comparativas son indicativas. Hay que recordar que China ha desplazado a Alemania en las tablas de evaluación del PIB del mundo para convertirse en el tercer país del mundo por su tamaño. Precedido por Japón y EE.UU. Con el derrumbe del capitalismo endeudado de Japón que se mueve a tasas de crecimiento cero China está decidida a desplazar a Japón hacia los remansos de la historia. Primero veamos algunos de los principales indicadores (2008) de EE.UU. y comparémoslos con los de China:

EE.UU.: PIB (0,9%);

Balanza comercial (– 833.000 millones de dólares);

Balanza en Cuenta Corriente (– 697.000 millones de dólares);

Producción industrial: (– 7,8%)

CHINA: PIB (9,1%

Balanza Comercial (+ 295.000 millones de dólares);

Balanza en Cuenta Corriente (+ 37.000 millones de dólares);

Producción industrial: (+ 5,7%)

Estas cifras destacan sus crecientes disparidades económicas. Tengo que confesar en este punto que no estoy seguro de que en el futuro cercano el abismo pueda ser superado algún día. Concentrémonos simplemente en el sector del comercio exterior. Las importaciones de EE.UU. crecen más rápido que sus exportaciones. El capitalismo de EE.UU. va en una espiral deflacionaria descendiente que tiene similitudes con la así llamada “década perdida” de Japón en los años ochenta. Es verdad que el crecimiento de China es afectado negativamente por la recesión mundial, pero crece varias veces más rápido que EE.UU. Las tasas de crecimiento compuesto son al mismo tiempo fuerzas constructivas y destructivas. En este punto recordaréis lo que señalara en mi discusión de la balanza de pagos de EE.UU. en mi libro sobre Cuba y sugeriría que volvierais a consultar esa sección. La ratio importaciones:exportaciones es de cerca 1:5.

Esa brecha es insuperable. Por eso la USCO debe pedir prestado para financiar sus importaciones. Pedir prestado significa deuda. Y la deuda debe ser pagada con tipos de interés compuesto o no ser pagada. China recicla su superávit comercial comprando valores estadounidenses y bonos del Tesoro. Es una historia familiar. Sigue siendo problemático si la elite política china continúa reciclando sus ingresos en divisas extranjeras para apuntalar déficits estadounidenses.

El capitalismo estadounidense ha sido el mayor deudor del mundo durante más de dos décadas. Su mayor acreedor es China. La dimensión de las cifras es importante. Los casi 2.000.000 millones de dólares en reservas en divisas extranjeras de China son las mayores del mundo. Gran parte de esas reservas están siendo dirigidas a la compra de bonos del Tesoro de EE.UU. Según estimaciones de Brad Selser la cifra real es más cercana a los 2.300.000 millones de dólares o el equivalente de 1.600 dólares por cada ciudadano chino.

De esa suma, unos 1.700.000 millones están invertidos en activos en dólares, convirtiendo a China en el mayor acreedor del capitalismo estadounidense y el mayor comprador de bonos del Tesoro de EE.UU. EE.UU. es un adicto total y dependiente del dinero chino. Nunca en su historia la USCO ha dependido en tal medida de algún acreedor extranjero. La oposición dentro de los niveles dirigentes de la elite del poder de China es consciente de que semejantes flujos masivos de capital hacia una economía enferma, que está en el umbral de una crisis en continua profundización y con activos en dólar de bajo rendimiento, son peligrosos. China ya ha perdido miles de millones de dólares. Y esto tiene lugar ante el dólar en depreciación por su creciente nivel de endeudamiento, bajos ahorros, tipos de interés cero, y un PIB que se mueve alrededor de cero. Sin esa avalancha de dinero chino, la USCO no podría mantener su expansión militarista en el extranjero.

Pero podemos decir es que es obvio que el estatus del dólar como moneda de reserva del mundo que ha conferido un poder extravagante (fue la designación de de Gaulle) al imperialismo de EE.UU. no puede durar. Los recelos chinos están presentes pero han hecho un pacto con el diablo y pueden hacer poco por cambiar este estado de cosas. “¿Qué se puede tener si no son bonos del Tesoro de EE.UU.?” pregunta Luo Ping, director general de la Comisión Regulatoria Bancaria de China. “No se poseen bonos del gobierno japonés, o bonos del Reino Unido. Los bonos del Tesoro de EE.UU. constituyen el refugio. Para todos, incluida China, es la única opción.” A mi juicio esa es la tragedia de la elite del poder de China, que preside sobre una economía capitalista que ha abandonado toda pretensión de ser socialista.

Es una elección política deliberada que revela su alineamiento de clase e ideológico. Ya ha pagado un precio terrible por su decisión política de ser el salvador y el supremo benefactor del capitalismo estadounidense. Mientras la crisis del capitalismo gime en su agonía y el dólar cae continuamente, los costes para los trabajadores y campesinos chinos, a los que la elite china dejó de representar hace mucho tiempo, aumentan a niveles aún mayores. Para decirlo en jerga no-técnica, los dueños de la alcancía china tienen tanto dinero que no saben dónde invertirlo salvo en bonos del Tesoro de EE.UU. de un rendimiento miserablemente bajo.

La batalla por los tipos de cambio es librada en los campos de la muerte de los mercados de cambio de divisas extranjeras.

El índice del Big Mac

Para comprender, a mi juicio, por qué no puede haber una solución amigable de la guerra comercial y la rivalidad chino-estadounidense, conviene decir unas pocas palabras sobre la naturaleza de los mercados de cambio de divisas extranjeras. Es donde se compra y vende dinero y es objeto de una feroz especulación en los mercados internacionales. No debemos olvidar que el dinero es la mercancía de las mercancías. Es el Rey de los productos básicos. El mercado en el que se realizan esas transacciones monetarias es el mercado Forex.

En un lenguaje muy esclarecedor, pero no técnico, percibimos que el índice de The Economist se basa en la idea de la paridad de poder de compra (PPP por sus siglas en inglés). Dice que las divisas deberían ser comercializadas a una tasa que hace que el precio de los bienes sea el mismo en todos los países. El Big Mac [hamburguesa] que cuesta 3,54 dólares en EE.UU. se convierte en el parámetro para medir si otra moneda está infra- o sobre-valorada.

En China, el precio del Big Mac es de 1,83 dólares. Es un 40% más barato. En Suiza (usamos tipos de cambio prevalecientes en una fecha determinada) cuesta 5,75 dólares, es decir es un 60% más. Es la prueba elemental de sobrevaloración o infravaloración. De ahí la conclusión que sacamos – (y repito que no sólo es la base de comparación para medir disparidades de cambio de divisas extranjeras, sino que es ciertamente la más simple y la más ingeniosa) es que el renminbi o yuan de China es un 40% más elevado que el dólar, lo que le otorga supuestamente una ventaja en el comercio de exportación según el cálculo del Tesoro de EE.UU. El gobierno de EE.UU. ya ha impuesto aranceles a China, y la acusa de manipulación cambiaria. Una acusación que escuchamos con cautela ya que el gobierno de EE.UU. y todas sus actividades nunca han sido custodios de la moralidad.

El problema de la ventaja competitiva de China va, claro está, mucho más allá de los tipos de cambio. Las tasas de salario de los obreros no son menos importantes. La tasa de salario en China para la manufactura es un 10% de la de EE.UU. Pero no nos encontramos sólo ante una disparidad en los costes laborales. Hay que agregar que la productividad industrial de China ha sido notable.

China, como sabéis, está presente en todos los mercados mundiales y su comercio exterior e inversión directa se han disparado en la última década de un modo impresionante en Latinoamérica y África, en Australia y en todos los mercados asiáticos, para no hablar de Rusia. Un solo ejemplo confirma lo que estoy diciendo. El fondo de desarrollo económico chino/venezolano se duplicará de 6.000 millones de dólares a 12.000 millones en sólo poco más de un año. El papel de la USCO, la UE y Japón, son de importancia periférica en Venezuela. La conquista de mercados mundiales y de cuota de mercado continúa a velocidades incontenibles. Los diez países capitalistas dominantes ya están en recesión. Que no exista ambigüedad al respecto. El objetivo de los planificadores políticos de China y sus capitalistas es el engrandecimiento del mercado.

Dinámica de la sobreproducción

Una de las características de la actual deflación/estancamiento, y no exagero cuando lo digo, significa que hay demasiados bienes a la busca de demasiados pocos compradores; demasiado dinero a la busca de pocas inversiones lucrativas; demasiados obreros a la busca de pocos puestos de trabajo; demasiados bancos a la busca de pocos ahorristas y depositantes empobrecidos, etc. Es no vale sólo para la actual caída cíclica del capitalismo sino se aplica a todas las facetas de la crisis. La esencia de la crisis del capitalismo es la sobreproducción. O la sobre-acumulación.

¿Qué es la sobreproducción? ¿Cuáles son sus propiedades? ¿En qué etapa del ciclo de acumulación del capital emerge? ¿Cuál es su duración cíclica? ¿Cuál es su papel en el ciclo económico del capitalismo?

Milton Friedman, uno de los principales propagandistas del fundamentalismo de libre mercado y un vulgar apólogo del capitalismo, lo dijo de modo sucinto cuando echó a un lado la panacea de la responsabilidad social por parte del capitalista: “la única responsabilidad de una compañía es aumentar los beneficios para los accionistas.” El capitalismo define la relación entre la clase poseedora/explotadora cuyos ingresos son ganancias, dividendos y rentas, y una clase explotada sin propiedad cuyos ingresos son los salarios.

Define la relación entre el opresor y el oprimido. De ahí que el objetivo supremo del capitalismo, su alfa y su omega, y el de los dueños del capital, no sea el suministro de bienes y servicios a los trabajadores que explota. Es un fenómeno superficial. Es un fetichismo. El objetivo de la acumulación de capital es expandir y asegurar una masa de beneficios en continuo aumento para una clase de propietarios adinerados. El objetivo supremo es el beneficio y la maximización de los beneficios. La sobreproducción no es por lo tanto una aberración del sistema sino es inherente a su operación. Y esto data de comienzos de la primera Gran Depresión del capitalismo de 1873, como lo señalan los Comisionados Reales en su informe final en palabras que son inmejorablemente relevantes al crac de 1929 y a nuestro desplome actual:

“Pensamos que… la sobreproducción ha sido una de las características más destacadas del desarrollo del comercio durante los últimos años; y que la depresión bajo la cual sufrimos actualmente puede ser explicada parcialmente por este hecho… La característica notable de la situación actual, y la que a nuestro juicio la distingue de todos los anteriores períodos de depresión, es la cantidad de tiempo que ha durado esta sobreproducción… Estamos convencidos de que en los últimos años, y más particularmente en los años durante los cuales ha prevalecido la depresión del comercio, la producción de bienes en general, y la acumulación de capital en este país, han estado ocurriendo a un ritmo más rápida que el aumento de población.”

La lucidez de estas conclusiones subraya no sólo la naturaleza, génesis y base lógica del ciclo económico que exploraremos en conferencias subsiguientes, sino su relevancia y afinidad con otras grandes depresiones que han devastado el capitalismo mundial como ser la Gran Depresión de 1929 y la actual depresión económica. Es importante que se recuerden las consecuencias de esa gran depresión que duró, con sus altas y bajas, hasta el comienzo de los años noventa del Siglo XIX.

La emergencia del monopolio y sus implicaciones

El capitalismo y su gobierno de clase son un sistema impulsado por la competencia. Vale para todas las fases de su crecimiento. El período de 1873 a 1914 que trajo consigo la gran carnicería presenció los cambios estructurales del capitalismo desde su fase competitiva a la monopolista. La competencia mata a la competencia. O, como lo habría dicho Marx, un capitalista mata a otro capitalista. La Gran Depresión impulsó la concentración y centralización del capital que Marx había analizado con tanta penetración. Vio el ascenso de los trust y de los cárteles. Los nombres de Rockefeller, Buchanan – el rey del tabaco, Krupp, Vanderbilt, Morgan, Carnegie encarnaron la cara del capital.

No eran simplemente los que el presidente Theodore Roosevelt calificó de “malhechores de la Gran Riqueza.” Se trataba de la nueva fase del capitalismo monopolista originado en la competencia acelerada dentro y entre naciones-Estado, y la caída de la tasa de beneficio. Más y más competencia condujo al exceso de capacidad y su corolario de precios destructivos, una caída en los precios al por mayor y menor, descriptiva de la etapa deflacionaria. Esto abrió la busca beligerante de esferas privilegiadas de inversión y comercio exterior. El capitalismo monopolista alimentó el ímpetu hacia el imperialismo.

Ese período abrió las esclusas hacia lo que George Bernard Shaw llamó, en los días de la Guerra Bóer, la era de “Los mercaderes de la muerte.” Recordaréis lo que el presidente Eisenhower calificó en su discurso de despedida de Complejo Militar/Industrial y que generó una cantidad enorme de literatura. Las fórmulas eran novedosas pero no su sustancia. La realidad de ese fenómeno estuvo vigorosamente presente en su forma concentrada en las décadas anteriores a la Gran Guerra. Fabricantes de armas como Krupp y Siemens y Mercedes Benz en Alemania, Vickers-Armstrong y Rolls Royce en el Reino Unido, Creusot-Schneider en Francia y Mitsubishi en Japón simbolizaron los vínculos de los Mercaderes de la Muerte y del Poder Estatal. Casi un 70% de todas las piezas de artillería y proyectiles utilizados por el ejército del Káiser, para no hablar del acero que se usó en el masivo fortalecimiento de la Armada alemana desde 1890, fueron producidos por Krupp. La Casa de Krupp se enmarañó con los Hohenzollern a través de lazos de matrimonio. Tal era el músculo de la interconectividad matrimonial imperialista.

Impulso a la expansión colonial

He explorado este proceso en mucho más detalle en mi obra sobre “The Rise and Fall of Economic Liberalism.” Durante los años setenta y ochenta del Siglo XIX, y después de la apropiación y sometimiento a la dominación imperial europea de 13 millones de kilómetros cuadrados de territorio africano, con poblaciones de más de 60 millones. En Asia, durante la misma década, el Reino Unido anexó Birmania y colocó bajo su control la península malaya y Baluchistán. Francia comenzó a despedazar China anexando Annam y Tonkín. El magnate industrial y parlamentario, Joseph Chamberlain, demandó proteccionismo en el interior así como a “la creación de nuevos mercados” en el exterior. Levantó su copa para brindar simultáneamente por: “Comercio e Imperio, porque, señores, el Imperio, para parodiar una expresión celebrada, es Comercio.” Es el entrelazamiento entre el Gran Capital y la política de la Gran Burguesía. Las batallas del imperialismo llevaban hacia el conflicto y la guerra. De nuevo, Chamberlain, en un discurso ante la Cámara de Comercio de Birmingham en 1896, señaló:

“Si hubiéramos permanecido pasivos… la mayor parte del continente africano habría seguido ocupada por nuestros rivales comerciales… Mediante nuestra política colonial, en cuanto adquirimos y desarrollamos un territorio, lo desarrollamos como agentes de la civilización, para el crecimiento del comercio mundial.”

Nótese la terminología. La violación y el saqueo de África y las conquistas coloniales son racionalizados en nombre de la civilización o de la “misión civilizadora” como la llamaban los franceses. Para los colonizadores y los colonizados las palabras tienen diferentes significados o como declaró Ho Chi Minh (1890-1969): “siempre se puede escupir a la cara de los colonialistas y ellos lo llamarán lluvia.” El imperialismo continuó sus políticas utilizando las mismas etiquetas en las décadas siguientes. En nuestros días, la conquista de Afganistán es llamada “Libertad Duradera.”

Lo que vimos a fines del Siglo XIX fue la expansión y el choque de capitalismos nacionales. Fue cómo lo planteó Cecil Rhodes, uno de los principales arquitectos del imperialismo británico en África:

“Ayer fui al East End de Londres y asistí a una reunión de los desocupados. Escuché los fieros discursos, que eran sólo un grito por ‘pan,’ ‘pan,’ y camino a casa reflexioné sobre la escena y me convencí cada vez más de la importancia del imperialismo… Mi idea valorada es una solución para el problema social, es decir que, a fin de salvar a los 40 millones de habitantes del Reino Unido de una sangrienta guerra civil nosotros, los estadistas coloniales, debemos adquirir nuevas tierras para asentar al excedente de población, suministrar un nuevo mercado para los bienes producidos en la fábricas y las minas. El Imperio, como siempre lo he dicho, es un asunto de pan y mantequilla. Si queremos evitar la guerra civil, tenemos que convertirnos en imperialistas.”

Al hablar de ‘solución’ de la guerra civil quería decir la guerra de clases entre capitalistas y trabajadores, los explotadores y los explotados que engendra revoluciones socialistas. Cecil Rhodes (1853-1902) encarnó las arremetidas racistas y expansionistas de la conquista imperial así como la interdependencia del Estado y del capitalismo británico. Por su propia esencia el imperialismo, era la quintaesencia del racismo.

“Debemos encontrar nuevas tierras de las cuales podamos obtener fácilmente materias primas, y al mismo tiempo explotar el trabajo esclavo (sic) que es disponible de los nativos de las colonias. Afirmo que somos la primera raza del mundo, y que mientras más del mundo habitemos, mejor será para la raza humana… Si hay un Dios, pienso que él querría que yo pintara lo más posible de África de Rojo Británico.”

Quisiera agregar como nota al pié que la declaración fue hecha en 1896, el mismo año en el que fue trazada por la administración colonial británica la Línea Durand que determinó la frontera de 2.300 kilómetros entre India británica [ahora Pakistán] y Afganistán. El poder político y la conquista colonial se movían en un concierto fácil. Rhodes era primer ministro de la colonia del Cabo, y director gerente de la Compañía Británica de Sudáfrica. Un reportaje de The Times señaló que apenas había un solo miembro del parlamento que no fuera accionista de su compañía. Tampoco es sorprendente en vista de la relación congenial entre la elite política y la elite de los negocios y la suculenta cosecha a su disposición. Era la interconectividad en la que una mano rasca la otra. Se había convertido en uno de los mayores magnates de todos los tiempos, y Chamberlain en uno de sus patrocinadores políticos más poderosos. Fue fundador de De Beers (respaldado por los fondos de Lord Rothschild) que, en su cénit, mercadeó cerca de un 90% de los diamantes en bruto del mundo.

El éxito dependía de ‘la ley y el orden’ y del ‘trabajo esclavo,’ como lo llamaba, que marchaban mano en mano con la expropiación masiva de tierra africana. Un proceso que tenía el respaldo legal de la Ley Glen Grey, la cual naturalmente redactó junto a otros. Por cierto, en el orden imperial de las cosas la frontera entre el trabajo esclavo y el trabajo libre era confusa, un punto que Rhodes comprendió fácilmente. Los impulsos expansionistas de Rhodes y sus compinches en la Oficina Colonial fueron el principal catalizador de la Guerra Bóer (1899-1902).

Los procesos históricos no pueden ser abstraídos del papel del individuo en la historia y sus principales protagonistas. Por este motivo he escogido sólo el Imperio Británico y tres de sus principales estadistas:

Cecil Rhodes, Joseph Chamberlain (1836-1914) y Lloyd George (1862-1945) en la configuración del imperialismo británico, uno de los constructos más aborrecibles y criminales de todos los tiempos, que incubó, con sus otros cómplices imperiales, el Holocausto que fue la Gran Guerra.

Baste decir que el imperialismo, y todos sus proyectos, propósitos y planes expansionistas fueron inseparables de la opresión racial. Y por cierto, muchos de ustedes recordarán la identificación de los chinos por Lord Curzon (1912), al estilo nazi, como “raza moribunda y decadente.” Eso, proveniente del país que impuso el tráfico del opio a un imperio chino casi colonial. No habréis olvidado la gran admiración de Hitler por el gobierno británico en India, articulada una vez más la víspera de su guerra contra la Unión Soviética. “La Unión Soviética,” declaró, “se convertirá en nuestra India.”

El trío puso a la vista en todo el sentido de la palabra el engranaje de los negocios, la política y el impulso imperial para las conquistas. La familia de Chamberlain fue fundadora de una de las mayores fábricas de máquinas herramienta en el Reino Unido, que producía cerca de un 75% de los tornillos metálicos del país. Como jefe de la Oficina Colonial que le abrió el El Dorado más poderoso de personal, utilizó su cartera para impulsar los intereses de negocios británicos en todos los rincones del planeta y eso, claro está, incluía los productos de su firma. Fue el ejemplo perfecto del poder del Estado ensamblado con los intereses de capitalistas individuales.

Chamberlain fue íntimo amigo y asociado empresarial de Rhodes y por ello su racismo sin inhibiciones seguía líneas paralelas lo que confirió una coherencia ideológica a la clase gobernante británica. Eso me recuerda un retrato que vi hace mucho tiempo en la National Gallery que mostraba a la Reina Victoria regalando una biblia a un jefe africano arrodillado y semidesnudo. Los latigazos de la dominación imperial eran supuestamente mitigados por los bálsamos del cristianismo. Como dijo una vez George Bernard Shaw, los colonialistas robaron a los negros, les dieron unos pocos trapos para que cubrieran su desnudez, y luego enviaron a misioneros, para reducirlos al cristianismo.

“Creo que la raza británica” alardeó Chamberlin, “es la más grandiosa de las razas gobernantes que el mundo haya jamás visto… No basta con ocupar grandes espacios a menos que se pueda sacar el mayor provecho de ellos. Es el deber del dueño desarrollar su propiedad.”

La inferencia es demasiado evidente, ya que como el Imperio Británico era el mayor terrateniente del mundo, requería la mano de obra barata indistinta de sus súbditos coloniales para que trabajaran por la prosperidad y los beneficios de la raza superior de sus amos blancos.

Su fanático esfuerzo por intensificar la explotación de África (y también de Asia), le valió el epodo de

Joseph Africanus. La promesa de la raza imperial superior de que la violación sin trabas de los pueblos coloniales se filtraría lentamente – el mecanismo de cómo se lograría nunca fue revelado – a las gentes trabajadoras de Gran Bretaña resultó ser uno de los supremos engaños en la historia del capitalismo británico.

Sin duda, los mega-beneficios extorsionados del poder del trabajo con salarios de subsistencia eran “suculentos” como se jactaron muchos de los burócratas de la Oficina Colonial, pero pocas fueron las migajas que llegaron a los estómagos de los trabajadores británicos. En sus “War Memoirs” (Vol.1 1933), en el apogeo de otro gran colapso económico, Lloyd George no consideró necesario que se vislumbrara el ridículo en su descripción de la falsa “paz social” de la época eduardiana.

“Se hacía evidente a los ojos críticos que el Partido y el sistema parlamentario no estaban a la altura de la tarea de encarar los graves problemas que se agravaban rápidamente… La sombra del desempleo crecía ominosamente sobre el horizonte. Nuestros rivales internacionales seguían avanzando a gran velocidad y ponían en peligro nuestro control de los mercados del mundo. Hubo un paro de esa expansión de nuestro comercio de una época anterior… nuestra población trabajadora, aplastada en calles sórdidas y miserables, sin seguridad de que no sería privada de su pan diario por mala salud o por fluctuaciones comerciales, se resentía por el descontento.”

¿Qué es esta última frase sino la jerga no reconocida de la guerra de clases? Lloyd George nunca fue un radical. A pesar de sus anodinas reformas del Estado de bienestar (basadas en el modelo de Bismarck) que incluso le merecieron los aplausos del Káiser, estaba unido como los depravados represores anti-sindicales de la clase gobernante alemana, a la perpetuación del orden social de posesión imperante, la carrera armamentista y la expansión imperialista en el extranjero. Se convirtió en uno de los proponentes más virulentos del imperio lo que concuerda con su apoyo no menos vociferante a la Gran Guerra.

Lloyd George, belicista incansable, no sólo avivó las llamas de la guerra, sino fue uno de los propugnadores inconmovibles (como su cercano cómplice Winston Churchill) de la intervención militar (1918-1921) contra la Revolución Rusa, a la que, como era de esperar, caricaturizó como ‘el mayor flagelo que haya afligido a la humanidad.’ No nos interesa examinar la simple estupidez de esa declaración, sino simplemente señalar que provino de un político importantísimo que fue uno de los más destacados instigadores criminales que organizaron la más inexorable matanza masiva que la humanidad haya visto. Una observación proveniente de un criminal que, según el diario de su esposa, “insistía en reservarse el derecho, como dijo David, de bombardear negros.” [1]

En gran medida fue una guerra contra un Estado emergente que, como único entre los miembros de la Segunda Internacional (1889-1916), se opuso a la guerra, cuyo grito movilizador fue: “Pan y Paz.” Una guerra implacable de intervención (un término acuñado por el Foreign Office británico) que costó millones de vidas (aparte de las de la Gran Guerra) con hambrunas y sus horrendas secuelas políticas. El gobierno británico, y hay que recordar que él era Primer Ministro, financió un 70% de esa intervención.

Su grito que hacía hervir la sangre: “Matadlos, matadlos ahora” era sintomático no sólo del hombre y su clase sino de la dirección del imperialismo. “Siempre seguiré siendo un enemigo implacable de los bolcheviques hasta el fin de mi vida,” Una promesa mantenida, pero que, lo que no sorprende, no es mencionada en sus “War Memoirs” [Memorias de Guerra].

Las guerras de conquista de mercados mundiales y sus repercusiones fueron declaradas con terrible claridad por The Saturday Review (1897), algo premonitorio de las cosas por venir… equivalente a una declaración de guerra. Hizo dar un paso gigantesco adelante al análisis económico y político en contraste con los constructos vacuos de la economía marshaliana y el chachareo del pensamiento fabiano:

“Si hay una mina que explotar, un ferrocarril que construir, un nativo que convertir del fruto del árbol del pan a la carne en conserva, los alemanes y los ingleses luchan por ser los primeros. Un millón de disputas baladíes forman la mayor causa de guerra que el mundo haya visto. Si Alemania se extinguiera mañana, el día después no habría un inglés en el mundo que no fuera más rico. Las naciones han combatido durante años por una ciudad o por un derecho de sucesión; ¿no deben combatir por doscientos cincuenta millones de libras esterlinas de comercio anual?”

Fue profético, y por cierto sólo 17 años, y 40 millones masacrados, fueron necesarios para probar la validez de esa declaración beligerante bañada en sangre. Su resultado catastrófico fue inconcebible: 6 de 10 millones fueron reclutados; unos 750.000 muertos; 1,7 millones heridos; 160.000 mujeres perdieron a sus esposos; 300.000 niños perdieron a sus padres, dentro del país de The Saturday Review. En el frente ideológico la Gran Guerra había eliminado los vestigios del laissez-faire y del liberalismo económico.

La red invasiva

En el caso de EE.UU. y Japón el ímpetu precipitado que impulsó a conquistas imperialistas no fue menos fuerte que el de las potencias europeas. El imperialismo es por lo tanto la máxima globalización de la acumulación de capital a escala mundial en su momento de crisis y convulsión. Desde la Restauración Meiji (1868), por cierto en sólo tres décadas, el capitalismo japonés había crecido con un ritmo deslumbrador hasta convertirse en una vigorosa nación industrial y de comercio mundial, buscando incansablemente la expansión en el extranjero y conquistas coloniales. En Japón, las grandes corporaciones comerciales como Mitsubishi, Mitsui, Itoh, Marubeni, Sumitomo y otras, conocidas colectivamente como Zaibatsus, con sus brazos comerciales, las Soga Shoshas, se metamorfosearon en los escalones dirigentes del imperialismo japonés.

Junto con los militares (los gumbatsu) se convirtieron en la punta de lanza de la expansión colonial con la ocupación de Formosa que lanzó a Japón a la órbita del imperialismo. En 1895, fue seguida por la conquista de Corea y la invasión del sur de Manchuria. Estaba preparada la escena para otra guerra imperialista entre la Rusia zarista y Japón, que culminó en la aplastante derrota de Rusia en 1905 en la batalla de la Bahía Tsushima y la cesión de la mitad de Sakhalin a Japón. Podríamos agregar entre paréntesis que esa derrota engendró la Revolución Rusa de 1905, que configuró eventos posteriores. De importancia histórica, como observáis, fue el agrupamiento de los eventos. La re-división de colonias, casi-colonias, y esferas de influencia era ahora solucionada mediante guerras de creciente intensidad.

Una fuerza imperial más poderosa, pero aún embrionaria, había presentado sus reivindicaciones a la cornucopia del imperio. “Este es nuestro Destino Manifiesto,” alardeó Theodore Roosevelt. “Ahora somos una potencia mundial y la gloria de nuestra raza y nación no ha llegado al final de nuestro camino, y debemos seguir avanzando.” El agotado y deshonroso Imperio Español, que había durado 500 años, fue destruido en 1898 – una empresa completada en un par de semanas – con la apropiación de sus colonias, en especial Cuba y las Filipinas. Esto marcó una nueva fase en la re-división del mercado mundial que acercó un paso el próximo Armagedón.

El Tratado de Versalles

El fin de la Gran Guerra no fue “la guerra para terminar todas las guerras” según la fatua declaración de

Woodrow Wilson. Fueron aplastadas las ansias de un retorno a una normalidad imaginaria por nostalgia del laissez faire. Señaló no el fin del imperialismo sino su escalada a fases superiores y más destructivas y el fascismo fue su formato más racista y político-económico. Después de Versalles (1919) el mapa del mundo fue picado en trocitos. Los Habsburgos, los Romanovs, los Hohenzollerns y los Otomanos fueron arrollados hacia el foso de la historia. Alemania era una nación vencida despojada de Alsacia Lorena y sus colonias. De crucial importancia estratégica militar/industrial, sin embargo, fue que la burocracia no reconstruida, su establishment financiero y militar y la poderosa burguesía nacional – el componente central del régimen clasista – seguían intactos.

Rusia revolucionaria, cuya dirigencia se había opuesto resueltamente a la guerra, la convirtió en un ariete para el ataque contra la autocracia zarista. Al hacerlo, rompió sus vínculos con el imperialismo y el chovinismo nacional de la socialdemocracia y orientó su empuje hacia la construcción de un orden socialista, y la obliteración de los residuos coloniales/capitalistas/imperialistas. Clemenceau encapsuló el trágico momento de la verdad cuando confesó lúgubremente: “Hemos ganado la guerra pero estamos en bancarrota.” Los antiguos imperios coloniales supervivientes, Francia y el Reino Unido estaban desangrados al borde de la bancarrota financiera. Sus reservas de divisas extranjeras y oro fueron utilizadas para pagar por la guerra. Además estaban ahora enfrentados a una creciente agitación laboral en el frente interno, y continuas rebeliones masivas en India e Indochina, sus dos mayores joyas en la corona colonial.

Thorstein Veblen y John Maynard Keynes

Puede que Lloyd George no haya dicho que “exprimiremos el limón alemán hasta que las pepitas chillen” pero lo que dijo fue similar a lo que pensaba el “Tigre” Clemenceau: “Tenemos que conseguir hasta el último cuarto de penique, y registraremos sus bolsillos para encontrarlo.” La cuestión de reparaciones que debían ser extorsionadas a la Alemania de Weimar fue uno de los temas ardientes de las relaciones internacionales y de disputas imperialistas. Fue donde John Maynard Keynes (1883-1946) adquirió celebridad internacional con su oposición a las provisiones del Tratado de Versalles en “The Economic Consequences of the Peace” (1919) que se concentró en las implicaciones de las reparaciones.

En este momento me ocuparé de uno de los contraataque más efectivos al panfleto de Keynes que provino de un académico estadounidense cuya brevísima reseña del libro apareció en una poco conocida publicación estadounidense en 1920. En sólo tres páginas Thorstein Veblen (1857-1929) dejó claro el punto de que Keynes (quien participó en la Conferencia de París como miembro de la delegación británica) había diligentemente abandonado el tema central del Tratado.

Antes de continuar, sin embargo, quisiera agregar que Veblen fue un teórico y observador agudo del capitalismo estadounidense durante la Era Dorada de los Robber Barons [Barones del latrocinio]

(1890-1914). En ningún momento, sin embargo, fue un adversario activo del sistema. Nunca creyó que fuera factible un proyecto alternativo en las relaciones de clase y propiedad. En ese sentido, nunca fue radical. Tampoco condenó la rapacidad del imperio estadounidense, notablemente cuando fue la obra de políticos coloniales-depredadores como Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson en las Américas. Tampoco apoyó la lucha por la emancipación del negro estadounidense como lo estaba haciendo el joven erudito Du Bois.

Tampoco, igualmente, manifestó en público alguna simpatía por el movimiento socialista estadounidense bajo el liderazgo de Eugene Debs. Sin duda fue un rebelde. Lo que he dicho no degrada su talla como pensador y su contribución a las letras y a la economía estadounidenses. La Gran Guerra, como en el caso de muchos otros, lo empujó hacia una forma de pensar más incisiva y más cuestionadora, y lo mismo valía en el caso de Keynes. Fue un catalizador que ocurrió en el otoño de su vida. En esa reseña publicada en The Political Science Quarterly (1920), un año después de la publicación del panfleto de J M Keynes, vio lúcidamente cuál era la realidad que el Tratado había ocultado, ignorada por Keynes. Fue una inspirada pieza crítica escrita en un momento en el cual la corrupta USCO enriquecida por la guerra se había lanzado a la apoplejía de la histeria antiprogresista y anti-bolchevique.

Su impresionista visión general El Tratado (que siempre escribió en mayúsculas) fue la antítesis de la democracia y nada más que una pantalla de ‘verborrea diplomática’. Recuerda la descripción de Jacques Attali del Foro Económico Mundial de Davos como ‘le bavardage’ [la cháchara]. Tras la ‘verborrea’ estaba, sin embargo, el cuchillo de carnicero oculto de los vencedores imperialistas. Fue, correctamente, la pantalla de lo que Veblen llamó sarcásticamente ‘los Estadistas Ilustres de las Grandes Potencias’ quienes, a su juicio, continuaron su “busca de trapacería política y engrandecimiento imperialista”. Al hacerlo, Veblen colocó la realidad del imperialismo en el epicentro de las relaciones internacionales.

El peso de la prueba de la crítica de Keynes fue el impacto contraccionista adverso de El Tratado sobre la producción, el empleo y la demanda efectiva de los consumidores de Alemania. Esto, desde el punto de vista de Veblen, fue la proyección y no la sustancia. Ignoraba las consecuencias geoestratégicas, políticas e ideológicas más amplias que estaban en juego. Al llegar la primavera de 1919, cuando las negociaciones de El Tratado habían llegado a su gran climaterio, la Guerra de Intervención para destruir la Revolución Rusa también estaba en su punto más alto. Los bolcheviques combatían contra los ejércitos de 21 naciones aparte de las fuerzas blancas dirigidas por los generales Kolchak (1874-1920), Wrangel (1878-1928). Kornilov (1870-1918), Denikin (1872-1947).

Veblen remarcó el punto incisivo que revela la primera línea de su razonamiento: “Pero a pesar de todo su secreto vulpino, la disposición y el propósito de ese cónclave oculto de esos buhoneros políticos ya estaba quedando en evidencia ante los extraños hace un año… El Tratado está elaborado por ello para indicar que la provisión más vinculante de El Tratado (y de La Liga) es una cláusula no registrada por los gobiernos de las grandes potencias que están confabuladas para eliminar a Rusia Soviética…” Nótese su mutación estilística. Ya no se refiere a ellos de modo deferencial como Los Estadistas Ilustres, sino como un puñado de buhoneros.

Un análisis tan rotundo requería mucha fortaleza mortal en una época en la que más de nueve décimos de los académicos estadounidenses se estremecían en sus claustros, buscando refugio bajo los latigazos de un brutal Estado policial en todo menos su nombre. Veblen fue una de las poquísimas voces, otra fue la de

Lincoln Steffens, que vieron los ataques contra el país socialista emergente como uno de los grandes errores e injusticias de todos los tiempos. Un punto central en su crítica fue la estrechez de miras de Keynes al no percibir que el objetivo del Cónclave era la destrucción del bolchevismo que conformaba el objetivo de El Tratado. El antibolchevismo y la preservación del status quo ante era la fuerza que unía a Wilson, Clemenceau y Lloyd George. Orlando, el italiano, había sido puesto al margen y Lloyd George lo describió burlonamente “como un bocado de spaghetti podrido.”

Al demoler las elucubraciones de Keynes, antisoviético y anticomunista de toda la vida, Veblen no dejó de sacar la conclusión de que la confrontación bolchevique/imperialista se había convertido en una guerra a muerte. Era por lo tanto lógico: “que el bolchevismo es una amenaza para la propiedad absentista. Al mismo tiempo, el actual orden económico y social se basa en la propiedad absentista.” La propiedad absentista no era nada más que un eufemismo para describir el modo de producción, distribución e intercambio capitalista. También vio que Keynes había omitido deliberadamente el papel central asignado a una Alemania resurgente como el ariete de la contrarrevolución.

Veblen se equivocaba, por cierto, al decir que ‘los buhoneros’ libraban una guerra subrepticia contra una Rusia resurgente. A fines de 1917, era una guerra clandestina que desplegaba vastos ejércitos. Los Blancos incluso fueron desdeñosamente calificados por Lloyd George, Churchill, el Foreign office, como ‘nuestros mercenarios.’ El bolchevismo y los movimientos laborales revolucionarios que aparecieron durante la Segunda Internacional (1889-1916) no fueron aberraciones históricas. Fueron las consecuencias de las convulsiones y crisis del capitalismo.

Seguramente Veblen no ignoraba que Rosa Luxemburgo (1871-1919) y Karl Liebknecht (1871-1919), los dos legendarios socialdemócratas alemanes se oponían a la guerra, por lo que pagaron el precio supremo. Fueron arrestados y asesinados por militaristas derechistas de la Reichswehr. Lo mismo ocurrió con el líder socialdemócrata alemán Leo Jogiches (1867-1919). El año 1919 es un año cardinal en la historia de la socialdemocracia, El Tratado y el imperialismo.

Fue el fin de un capítulo innoble en la historia de la socialdemocracia destrozada en un mar de social-chovinismo y oportunismo. Y el capítulo inicial del fascismo como salvador del Gran Capital y del orden establecido. Rusia Soviética, rebautizada pronto como Unión Soviética, y Alemania se habían convertido en los protagonistas cruciales del drama histórico que se desarrollaba: la primera proyectando su alcance revolucionario por todo el planeta; la segunda como el bastión preferido de la contrarrevolución.

Adolf Hitler y el partido nazi, habían aparecido como una bendición para lo que buscaban los ‘buhoneros’ de Veblen en Versalles. En 1932, el Führer se dirigió a su guardia pretoriana, la SS, vociferando que “las calles de nuestro país están agitadas. Las universidades están repletas de estudiantes y disturbios. Los comunistas tratan de destruir nuestro país. La Unión Soviética nos amenaza con su poderío y la república está en peligro. Sí, peligro desde adentro y desde afuera. Necesitamos ley y orden.” [2] Era la visión de Veblen, pero no vivió para ver su infernal cristalización.

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Frederic F. Clairmont es un destacado académico e investigador canadiense quien durante muchos años fue un alto funcionario económico permanente en la Comisión Económica para África de Naciones Unidas y de la Conferencia de Comercio y Desarrollo de Naciones Unidas (UNCTAD).

Enseñó en la Universidad de Kings College y en la Universidad Dalhousie en Nova Scotia. Su obra clásica es “The Rise and Fall of Economic Liberalism” y su más reciente libro es “Cuba and Venezuela: The Nemeses of Imperialism” publicado por Citizens International in Penang, Malasia. Es colaborador frecuente de Le Monde Diplomatique y de Economic and Political Weekly.

Frederic F. Clairmont es colaborador frecuente de Global Research.

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