Wikileaks e Iraq, una parte de la historia

Samuel
Quilombo/Rebelión
26/10/10

Los casi cuatrocientos mil archivos que ha filtrado Wikileaks y que la prensa internacional ha tratado en varios especiales cuentan sólo una parte de la historia: la anotación burocrática de "incidentes" en Iraq por parte del ejército estadounidense durante el período 2004-2009. Los medios que pretenden servirse de estos archivos para establecer "la verdad" definitiva sobre la guerra de Iraq continúan de algún modo empotrados en el ejército ocupante. El fetichismo del documento no debería hacernos olvidar que estos ficheros todavía necesitan un trabajo de análisis y contraste de fuentes (¿qué tal si hablamos con los iraquíes?), algo imprescindible para precisar mejor los hechos y las responsabilidades. Porque los documentos que se han filtrado son los de un invasor.

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Y viendo la preocupación que existía en el ejército estadounidense por las consecuencias legales de sus actos -que lleva a sus soldados a pedir consejo a un abogado militar justo antes de asesinar a dos iraquíes dispuestos a rendirse- sería bueno mantener un sano escepticismo con la versión que dan de algunos sucesos. ¿Todos los muertos que de lo que denominan "fuerzas antiiraquíes" (insurgentes anti-ocupación) lo eran realmente?

Es cierto, Wikileaks ha hecho un notable esfuerzo por traducir y la prensa internacional por dar forma a unos ficheros que tomados de forma aislada, con sus códigos militares y su mecánica exposición, no nos dirían nada. Pero no deja de ser su representación, un trabajo de cocina en el que los medios de comunicación no han podido evitar volcar sus prejuicios y apriorismos, que son los de la fuente originaria, con la que mantienen contra viento y marea una empatía difícil de encontrar con respecto a los propios iraquíes.

Dicen que Estados Unidos miró para otro lado frente a las torturas del ejército y la policía iraquíes de las que tenía conocimiento. Pero no era un simple espectador pasivo. Fue Estados Unidos el que disolvió el ejército de Saddam Hussein, "desbaazificó" la administración, equipó y entrenó a las nuevas fuerzas iraquíes. Y fueron soldados estadounidenses los que torturaron en Abu Ghraib y en otras prisiones. Con estos elementos en la mano, sólo desde el apoyo ciego a la misión estadounidense en Iraq o desde una actitud acrítica cabe alegar que el ejército estadounidense simplemente ignoró y encubrió las torturas llevadas a cabo por su subcontratista local: el ejército iraquí. Claro que el encubrimiento de un crimen constituye una ofensa menor que su autoría dolosa. Pero la evidencia es otra: una política deliberada y una práctica habitual de la tortura alentada desde lo más alto del gobierno estadounidense, es decir, por personajes como Donald Rumsfeld, Richard Cheney y George W. Bush. Es ridículo que Manfred Nowak, relator de la ONU contra la tortura, pida al gobierno de los Estados Unidos -que todavía mantiene decenas de miles de soldados en Iraq- que investigue las torturas que revelan sus propios documentos, los mismos que pretendía mantener ocultos.

Resulta que el ejército sí contaba los muertos iraquíes. A su manera. Pero las cifras de muertes violentas de iraquíes representan una pequeña muestra del total. La filtración de Wikileaks no incluye el año 2003, que es el año de la invasión. No incluye el asalto genocida a la ciudad de Faluya (2004). En la toma de Samarra de octubre de 2004 no se mencionan los cuerpos de 23 niños y 18 mujeres que acabaron en el hospital general de la ciudad. Tampoco contabilizan las víctimas de los bombardeos aéreos, los muertos que inicialmente se contabilizaron como heridos graves ni los afectados por el uranio empobrecido. Y al contrario que la filtración sobre Afganistán, donde opera una coalición internacional bajo mando de la OTAN, no aparecen datos sobre los crímenes cometidos por las tropas británicas en Basora y por los soldados iraquíes bajo su supervisión, salvo algún caso aislado.

Para The New York Times -que merece un premio a la desfachatez- lo que importa es que los documentos "dejan claro que la mayoría de los civiles fueron asesinados por otros iraquíes", como si el ocupante no tuviera nada que ver. Como en los años ochenta del pasado siglo, cuando el prestigioso diario decía que los centroamericanos se mataban entre ellos en Nicaragua o en El Salvador o morían por culpa del "terrorismo". Los artefactos explosivos improvisados (IED) empleados por la resistencia iraquí a menudo provocan numerosas víctimas civiles. Los grupos takfiristas vinculados a al-Qaida también han cometido atentados especialmente cruentos. Pero la guerra civil iraquí consistió sobre todo en enfrentamientos entre las milicias de los partidos sectarios chiíes aupados al poder por Estados Unidos y fuertemente influenciados por Irán, países con los que siempre han mantenido un doble juego, y en matanzas con las que pretendían erradicar la base social de grupos considerados hostiles -como los suníes- y toda posibilidad de una insurgencia de alcance "nacional". Para completar este macabro cuadro haría falta otra filtración: la que atañe a los asesinatos cometidos por la CIA, organización cuyas siglas no se mencionan en los archivos del Pentágono.

Los cientos de miles de ficheros funcionan como auténticos atestados policiales. Si alguien quería encontrar una prueba de la difuminación entre las funciones militares y de policía -colonial, en este caso- ahí lo tienen. Los hechos violentos que anotan y clasifican corresponden a una rutina administrativa, no tanto la de una guerra como la de una ocupación. Así se gobierna una población que resiste.

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