Michael Jackson, la muerte de un viajante

Angeles Diez
Rebelión
24/07/09

La noche anterior a la muerte de Michael Jackson volví a ver la muerte de un viajante. La película de Volker Schlöndorff con guión del propio Arthur Miller que continúa siendo uno de los retratos más lúcidos y complejos de la sociedad estadounidense y su mitología. A la mañana siguiente mientras desayunaba la radio daba la noticia de la muerte del “rey del pop”. Un buen amigo habla de mi serendipia, quizá lleve razón, el caso es que al oír la noticia de la muerte de Michael Jackson no puede evitar establecer la analogía entre ambas historias que me parecieron extraordinariamente similares excepto por un único elemento. En la obra de Miller, el sueño americano llevado a sus últimas consecuencias se resuelve en clave de tragedia. La muerte del protagonista, Willy Loman, el viajante (el vendedor) que se suicida. Se trata, en la obra de Miller, de la consecuencia inevitable y necesaria a la que conduce la forma de vida estadounidense. El sueño es en realidad una pesadilla. Loman sintetiza al prototipo de norteamericano, toda la vida de un lado para otro, mirando el paisaje tras las ventanillas de su coche, portando un maletín con mercancías que trata de vender a pobres desgraciados como él – Glengarry Glen Ross es una versión más reciente del modelo- , convencido de que el esfuerzo y la constancia le llevarán al éxito llamado dinero. No es casual que Miller eligiera a un vendedor y no a un trabajador para representar a ese prototipo. El bisturí del dramaturgo muestra a un sujeto destartalado, al borde de la locura, torturado por todo aquello que lo ata a la realidad y le obliga a ver lo que él no quiere ver, que es “un don nadie”, una pieza más de un sistema que exprime hasta la última gota de sus víctimas al tiempo que las hace creer que son héroes. El fin último, la posibilidad de alcanzar el sueño americano conduce a la muerte -para el trabajo, claro, no para el capital-. El sueño del capital es que los que trabajan no dejen de creer que todos pueden ser ricos.

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A diferencia de la muerte de un viajante la muerte de Michael Jackson se nos ha presentado como triunfo. El sueño americano ha sido reescrito en clave de victoria: el hombre que se hace a sí mismo –da igual el color, su ascendencia…- tendrá éxito. “Michael Jackson fue una figura de fulgurante carrera pues alcanzó su cúspide comercial y de fama antes de cumplir los 30 años de edad” La cúspide comercial y la fama también eran la aspiración del vendedor Willy Loman. En un diálogo fantasmagórico con su hermano Ben, éste le dice “ Entré en la jungla con diecisiete años, William, salí a los veintiuno, ¡y por Dios que me había hecho rico! - ¡... te habías hecho rico! ¡Ése es exactamente el espíritu que quiero inculcarles!” El espíritu “americano”, hacerse rico, eso era lo que el vendedor quería inculcar a sus hijos, y eso es lo que nos dicen que Jackson consiguió antes de cumplir los 30.

Aparentemente estamos ante dos historias contrapuestas, no solo porque la primera es ficción y la segunda no, sino porque en la primera está protagonizada por un ser fracasado que se resiste a abandonar su sueño y en la segunda el protagonista, Michael Jackson, ha cumplido sus sueños; mientras que Loman tendría motivos para suicidarse Jackson no los tendría.

Pero nos movemos en un mundo de apariencias. Lo cierto es que ambas historias parten del mismo sitio y llegan al mismo final porque son una y la misma, con la excepción de que la historia que nos cuenta Miller es más cierta, más cercana a la realidad que la historia que nos cuentan los medios de comunicación sobre Jackson.

Los medios –en todos y cada uno de sus formatos propagandístico-, y los distintos poderes constituidos y personalidades, están haciendo un esfuerzo importante para ajustar correctamente la interpretación posible de la muerte del cantante. Cualquiera de ellas pasa por cambiarle el final a la película, perdón, a la historia de Michael Jackson –es una de las prácticas más generalizadas de los modernos sistemas de propaganda-. El éxito no puede acabar en suicidio pues pondría en cuestión la misma idea de éxito, o lo que es lo mismo el sueño americano.

De ahí que, al poco de conocerse las circunstancias de la muerte de Michael Jackson, surgieran todo tipo de justificaciones mostrando su suicidio como el resultado de una serie de circunstancias adversas. El propio presidente Obama dirá que en él se mezclaron el éxito y tristes circunstancias personales. En Wikipedia se reseñará su muerte como: Las exigencias de su profesión, su afán de perfeccionismo y superación, y el acoso de la prensa, fueron factores que unidos a su timidez y sensibilidad extremas, le causaron un estrés y demás problemas de salud que se agravaron en la década de 1990 por problemas judiciales. Toda esta problemática se sumó a los traumas que Jackson arrastraba por una infancia demasiado volcada en el trabajo, y ayudan a explicar su comportamiento extraño y huidizo, sus gustos excéntricos, sus obsesiones y su deterioro físico final”. Y termina la reseña remarcando lo que debe prevalecer en la mente de los lectores, que En cualquier caso, su genialidad artística es indiscutible al igual que su éxito a nivel mundial, plasmado en cientos de millones de discos vendidos” Podemos dudar o cuestionar la vida de Jackson pero no poner en duda el objetivo último de su vida: el éxito, es decir, hacerse rico, o más bien poner en circulación cantidades ingentes de dinero.

Propongamos una lectura milleriana centrándonos en dos de los mitos fundadores de la nación estadounidense: el hombre que se hace a sí mismo y la tierra promisoria (tierra de la abundancia, de oportunidades y de destino). En los dos mitos fluye una sabia común: la riqueza como sinónimo de felicidad. La riqueza es el mito que construyen los padres fundadores en la conformación de la nación, el argumento que se contrapone a las corrientes radicales antifederalistas tras la independencia, allá por el siglo XVIII, a las que se acusa de no reconocer cuál es el camino que ha de conducir hacia una nación grande y próspera. El objetivo del enriquecimiento, la acumulación, es el leitmotiv de de la nación norteamericana.

En los dos mitos se traza un camino común. Cualquier actividad ha de ponerse al servicio de la acumulación. Miller nos muestra lo que ese camino significa en realidad, la completa deshumanización. Willy Loman dedica toda su vida a perseguir el enriquecimiento, trata de ser el mejor vendedor, el que consigue más compradores, el más querido; pero el éxito reside en la imagen, en los contactos, le dice a su hermano Ben: “… el cielo es el lími­te, ¡porque lo que importa, Ben, no es lo que uno hace, sino a quiénes conoce y qué sonrisa hay en su cara! ¡Son los contactos, Ben, los contactos! Toda la riqueza de Alaska pasa por la mesa del almuerzo en el hotel Commodore, y ése es el pro­digio, el prodigio de este país, ¡que un hombre puede acabar cargado de brillantes sólo porque agrada a los demás!” Pero Arthur Miller nos desnuda el engaño y Loman en cambio pierde todo aquello que le hacía feliz, e l paisaje, la música, a sus hijos e incluso pierde la razón. Loman se convierte en una mercancía total fascinado por el imaginario interiorizado, y deja definitivamente de ser humano en el momento en que es incapaz de abrazar a su hijo ni de mostrarle ningún afecto. Jackson también era un vendedor, en su camino hacia la deshumanización perdió hasta la apariencia, tampoco hay indicios de que mantuviera una especial relación afectiva con su familia.

Loman y Jackson comenzaron vendiendo algo y acabaron vendiéndolo todo, siendo ellos mismos la mercancía que, necesariamente ha de ser consumida para completar el ciclo de la acumulación. El personaje de Miller había hecho un seguro de vida, su última oportunidad de hacer dinero sería a costa de su vida; serían sus hijos los que disfrutarían de los 20.000 dólares del seguro. En el caso de Jackson el consumo de su muerte es probable que reporte más beneficios a sus herederos que lo que podría acumular en vida . El sueño americano es un sueño económico, es el capital el que reclama ofrendas humanas. El sueño es el consumo total de la humanidad.

El capitalismo solo es posible convirtiendo absolutamente todo en mercancía. En esa mercantilización de las relaciones y en esa cosificación de todo lo humano está la clave de la acumulación. Por eso Loman y Jackson, uno como ficción otro como realidad, representan el ideal estadounidense, la cosificación absoluta, el ser mercancía total, el individuo.

Jackson es una variante postmoderna en la que además se compendiaban distintos símbolos: su vestimenta (los calzoncillos por fuera al estilo superman), la blancura de los dibujos animados, los movimientos maquínicos del autómata, (un sentido del ritmo como estertores de un mecano), la asepsia, siempre protegido por el proscenio y la mascarilla, el gusto por los niños (del uso al abuso no hay gran distancia)

Michael Jackson tenía que morir, había llegado a un punto en que su corporeidad era un obstáculo en el proceso de conversión en mercancía total. En realidad ese había sido el derrotero de sus últimos años, ante la competencia extrema en el campo de la música, vendía sobre todo espectáculo, -la mayor parte de la música está diseñada “para que funcione” donde los artistas son meros soportes a través de los que se hace llegar al mercado el producto y su intercambiabilidad los convierte cada vez más rápidamente en desechables-. De modo que Michael tenía que hacer del envoltorio una mercancía única.

En la época en que Miller escribió la muerte de un viajante la sociedad americana, el mundo occidental, se sintió interpelado, ahora no hay nadie que se responsabilice de la supuesta monstruosidad de Jackson. Pensándolo bien, aunque Loman no fuera un personaje trágico, si lo fue su vida, porque su fin no podía ser otro que morir para que “su hijo pudiera seguir viviendo”, lo mismo le pasó a Jackson que, para seguir alimentando la máquina mostruosa del capital tenía que morir; ante su crisis puso en circulación el único capital que le quedaba, su existencia.

La pregunta de la mujer de Loman cuando pide que la dejen sola en el cementerio y se dirige a su marido muerto es en realidad la respuesta: ¿por qué ahora, precisamente hoy que hemos pagado el último plazo de la casa?. En el caso de Jackson nadie parece hacerse la misma pregunta: ¿por qué ahora que tenía contratados 50 conciertos e iba a poder pagar todas sus deudas?

El sueño de la razón económica produce mercancías que tarde o temprano serán engullidas por la maquinaria económica.

La muerte de un viajante fue escrita en 1949, la crítica social a los valores estadounidenses alcanzó con ella un punto álgido y sorprendentemente le valió a Miller el Premio Pulitzer, tres Premios Tony y el de la Crítica de Nueva York, cuesta creer lo mucho que se ha retrocedido desde aquel entonces; cuesta creer que los análisis de la historia de Michael Jackson no superen la banal crítica moral sobre su vida privada, o sus logros o fracasos “como artista”.

1 comentarios:

ticoarrecho dijo...

Excelente articulo
un ejemplo para los latinoamericanos que buscan lo mismo "el sueño americano",pero a costa de separarse de sus familias,y por muchos años,sin ver crecer a sus hijos,sin tocarlos,yo pondria por titulo " la muerte de un inmigrante....en busca del dinero "