Retrospectiva: Anamorfosis / Psicópata con club de fans
Jesús Castro
La Vanguardia
07-04-2008
A la cárcel de Florida comenzaron a llegar bolsas de plástico negro, todas dirigidas a un solo preso: Ted Bundy. Las autoridades revisaron minuciosamente aquellos envoltorios y se dieron cuenta de que se trataba de simples cartas. El día en que éste preso salió de la cárcel rumbo al juzgado, las autoridades carcelarias y la opinión pública se dieron cuenta de quiénes eran los que las enviaron.
Una grupo de jóvenes se habían apostado con pancartas afuera del juzgado. Se hacían llamar “fans de Ted”. “Porque es guapo, elegante, romántico, tierno, encantador...”, añadían las jovencitas que reclamaban su inocencia. Existía además otro grupo de jóvenes que decían estar seguros de que Bundy era un asesino, y que por eso lo admiraban.
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Estas manifestaciones de adhesión contrastaban con las de repudio por parte de los familiares de más de veinte adolescentes a las que Ted había asesinado. Para estos últimos, resultaba indignante que aquel sujeto de pelo crespo y rostro altivo, sonriera, saludara a sus “fans” e inclusive procurara brindar su mejor ángulo a los medios de comunicación.
Incluso, cuando durante el juicio la atención se desvió al aparecer en el país otro asesino serial, el hombre empezó a conceder entrevistas exclusivas a televisoras y periódicos, adoptando una pose enigmática, casi hollywdense, preparando para el momento frases que parecían dictadas por Alfred Hitchcock. “Nosotros los asesinos seriales somos hijos, somos esposos, estamos en todas partes. Y habrá más de sus niños muertos mañana”, dijo en una ocasión.
Sus ansias de ser admirado lo condujeron a revelar el modo como asesinaba a sus víctimas. Aprovechándose de su atractivo físico, se valía de un cabestrillo para despertar la compasión de las jovencitas, y una vez que había ganado su confianza, las secuestraba, las violaba y las estrangulaba en sus propias casas. Después envolvía el cuerpo en cobijas y lo llevaba a tirar en despoblado.
Su narcisismo lo llevó a reconstruir su historia personal, intentando justificar su ímpetu homicida. Tras los barrotes de su celda, contó a diferentes comunicadores que durante la primavera de 1967 estuvo enamorado de una joven californiana: inteligente, hermosa, sofisticada y de buena familia. Sin embargo, aquella mujer no lo había amado con la misma fuerza y decisión, por lo que, dos años después, tras graduarse ella de la universidad y fijar nuevos objetivos en su vida, decidió terminar su relación con Ted.
“Nunca me recuperé, le escribía cartas, le mandaba flores, le componía poemas, le rogué mucho, mucho, pero no me hizo caso”, expresaba al borde del llanto aquel asesino. “Por eso las odio, por eso las odio a todas”, decía al reponerse de las lágrimas, de eso que él llamaba “su debilidad”.
Era la primera vez que sin recurrir al psicoanálisis ni a presión judicial, se obtenía el motivo por el que un hombre se había vuelto asesino serial. Bundy reveló que jamás volvió a saber de aquella chica, pero que llevaba tan presente su imagen en la mente, que sólo asesinaba a las jovencitas que guardaban parecido físico con ella: blancas, de cabello negro lacio y peinado por la mitad, características que ciertamente habían presentado Susan Rancourt, Debby Kent, Brenda Ball, Laura Aime y otras veinte chicas más, todas ellas de entre dieciséis y veinte años, salvo una, quien contaba con apenas doce años de edad, Katherine Devine.
Durante el juicio, salió a relucir que entre 1974, año en que comenzó a matar, hasta ese otoño de 1977, había caído preso en dos ocasiones, una en Washington y otra en Florida, ambas acusado de intento de secuestro de adolescentes. “Les di la oportunidad de que me detuvieran, pero no la aprovecharon”, declaró en alguna ocasión ante el fiscal.
La policía lo persiguió por mucho tiempo, y fue hasta que se publicó un retrato hablado y el vehículo en el que viajaba, que una de sus ex novias lo delató. Fue apresado luego de un fuerte operativo, y tras comparar su semen con el que se había encontrado en las víctimas, comprobaron que se trataba de la misma persona. Tras más de dos años de iniciado el proceso en su contra, finalmente fue encontrado culpable de 14 asesinatos y sentenciado a la pena capital.
A finales de enero de 1989, fue conducido desde el pabellón de la muerte hasta la sala donde lo esperaba una silla eléctrica. Esta vez ya no hubo pancartas ni gritos de apoyo, su club de “fans” había desaparecido. Sólo los familiares de las víctimas fueron testigos de la última escena en la vida de un tristemente célebre asesino serial.
1 comentarios:
Increible, ahora los psicópatas y sociópatas se pueden justificar atravez del "ARTE".
-Cuando a ser un sociópata, lo llaman “arte”
http://www.noticias24.com/vida/?p=953
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