Marek Edelman, el último de los mohicanos: la prueba viviente de que es posible ser “judío polaco” sin ser sionista

Fausto Giudice
Tlaxcala / Basta!
Traducido por Manuel Talens
09/10/09

Muerte de un resistente


No queremos salvar nuestras vidas. Nadie saldrá vivo de aquí. Queremos salvar la dignidad humana.

Arie Wilner (alias Jurek), soldado de la ŻOB, organización judía de combate.
Varsovia, abril de 1943

El pasado 2 de octubre de 2009 falleció Marek Edelman. Era el último combatiente de la insurrección del ghetto de Varsovia en 1943 que todavía estaba vivo y, sin duda, el personaje más atrayente de su generación.

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Marek Edelman nació en 1919 en la localidad bielorrusa de Gomel. Su familia se había instalado en Varsovia durante los años veinte, tras huir de la Unión Soviética, donde doce de sus tíos habían sido liquidados por los bolcheviques a causa de su oposición al socialismo. Su padre, Natan Feliks, muerto en 1924, simpatizaba con los trudoviki, los militantes del Partido del Trabajo que se unieron al Partido Socialista revolucionario ruso después de 1917. Su madre, Cecylia Percowska, militaba en el Bund (la Unión General de Trabajadores Judíos de Lituania, Polonia y Rusia), el cual era al mismo tiempo un partido y un sindicato socialista, laico y opuesto tanto al sionismo (Lenin calificó a los bundistas de “sionistas mareados”) como a los bolcheviques.

Marek Edelman en 2006 (Foto Slawormir Kamiński/Agencja GazetaSe afilió en primer lugar al Socjalistiszer Kinder-Farband, el sindicato de los niños del Bund, antes de pasar en 1939 al Tsukunft (Porvenir), el sindicato de las juventudes bundistas. Como su madre había muerto en 1934, tuvo que empezar a trabajar a los 15 años para ganarse la vida.

En julio de 1942, en la Polonia ocupada, Edelman participó en la creación de la OJC (Żydowska Organizacja Bojowa, la Organización Judía de Combate), que agrupaba a militantes de partidos y grupos judíos de izquierda, entre ellos los socialistas sionistas de Hashomer Hatzair. La Unión militar judía (Żydowski Związek Wojskowy), creada en 1939, tras la ocupación de Polonia, por oficiales judíos del ejército polaco ideológicamente cercanos al Betar –la organización de los sionistas de derecha del ala revisionista de Jabotinsky– se negó a unirse a la OJC, pero sus combatientes sí lo hicieron y, juntos, iniciaron la insurrección del ghetto de Varsovia el 19 de abril de 1943.

Marek Edelman, que dirigía el grupo de combate de la fábrica de cepillos, tomó el mando de los combatientes el 8 mayo de 1943, un día después del suicidio del comandante Mordechai Anielewicz, cercado por los SS en el búnker que la OJC tenía en el número 18 de la calle Mila, suicidio que se celebra con entusiasmo en Israel, donde se lo considera como el Massada del siglo XX, pero que Edelman, para quien fue un “gesto de histeria colectiva”, siempre condenó.

Pocas horas antes de la caída final del ghetto, el 16 de mayo de 1943, Edelman logró escapar con unos quince supervivientes de los feroces combates que enfrentaron a varios centenares de jóvenes pobremente armados (un fusil por cada diez combatientes y, como arma principal, cócteles molotov) con 6000 SS y soldados alemanes y ucranianos armados hasta los dientes, que eliminaron la insurrección con lanzallamas.

Marek Edelman con Jacek Kuroń y Lechosław Goździk el 19 de abril de 2004. Foto Bartosz Bobkowski / AGEn 1944, Edelman participó a la cabeza de un destacamento de la OJC en la insurrección de Varsovia dirigida por el ejército popular (Armia Ludowa), durante los combates para la liberación de la ciudad vieja.

Después de la guerra, inició sus estudios de medicina en Lodz, donde ejerció como cardiólogo desde 1951 a 2008. En la Polonia comunista, el Bund se había negado a integrarse en el Partido Comunista de Polonia, y prefirió autodisolverse “voluntariamente” en 1949.

Incluso si la mayoría de los judíos supervivientes de la ocupación de Polonia escogieron emigrar en olas sucesivas a Israel –después de los pogroms de 1946 o después de la campaña antisemita lanzada por el régimen frente al movimiento estudiantil de marzo de 1968–, Marek Edelman se negó a abandonar Polonia y sólo viajó en raras ocasiones a Israel, para visitar a su familia. Siempre fue mal visto en el Estado sionista, considerado como un “mal judío”, pues el sionismo prefiere honrar la memoria de Mordechai Anielewicz, un militante de Hachomer Hatzair, el grupo socialista sionista surgido del escutismo judío que proporcionó muchos combatientes al Palmach, la unidad de elite de la Hanagah, la organización clandestina sionista que dio origen al ejército israelí.

En 1976 Edelman, quien se negó siempre tanto a emigrar a Israel (“Para mí no existe un pueblo elegido ni una tierra prometida”, declaró una vez) como a afiliarse al Partido comunista, se unió al Comité de defensa de los obreros (KOR), núcleo fundador del sindicato Solidarnosc, lo cual le valió su detención durante cinco días durante el estado de excepción que declaró el general Jaruzelsky en diciembre de 1981. Participó activamente en el proceso que condujo al fin del régimen comunista en Polonia y, en 1991, se afilió a la Unión para la libertad, una de las ramificaciones de Solidarnosc, junto a Tadeusz Mazowiecki et el historiador Bronislaw Geremek.

Tardíamente reconocido –recibió la Orden del Águila Blanca polaca en 1998 y la Legión de Honor francesa en 2008–, Marek Edelman era un hombre parco en discursos y gesticulaciones. Como se consideraba el “guardián de las tumbas judías” de la Polonia mártir, había tomado la costumbre de ir a recogerse por su cuenta, cada de 9 abril, ante el monumento a los héroes del ghetto, donde depositaba un ramo de junquillos tras una marcha a través de las calles del antiguo ghetto. En 2008, en respuesta a las preguntas de una periodista israelí, la cual quería saber si no temía que su muerte, sin duda cercana, “hiciera caer en el olvido la insurrección del ghetto de Varsovia”, declaró: “No, aquel acontecimiento ha dejado demasiadas huellas en la historia, la literatura y el arte. Es en Israel donde nuestro recuerdo corre peligro de perderse.”

Marek Edelman era el último de los mohicanos, la prueba viviente y demasiado rara de que es posible ser judío polaco (o polaco judío) sin ser sionista.

He aquí la carta que dirigió “a todos los jefes de organizaciones palestinas y militares, paramilitares o guerrilleras, a todos los soldados de grupos militantes palestinos” el 1 de agosto de 2002, carta que le valió críticas feroces de los sionistas, quienes le reprocharon que calificase de partisanos a los “terroristas” palestinos:

“Me llamo Marek Edelman. Soy el antiguo comandante adjunto de la Organización militar judía en Polonia, uno de los jefes de la insurrección del ghetto de Varsovia. En el año memorable de aquella insurrección, en 1943, luchábamos para la supervivencia de la comunidad judía en Varsovia. Combatíamos por nuestra vida, no por un territorio ni una identidad nacional. Nos movía una determinación desesperada, pero nuestras armas nunca se dirigieron contra poblaciones civiles indefensas, nunca matamos mujeres ni niños. En un mundo como aquél, despojado de principios y valores, a pesar del constante peligro de la muerte, permanecimos siempre fieles a aquellos ideales.

Estábamos aislados en nuestro combate y, a pesar de ello, el poderoso ejército al que nos enfrentábamos no logró vencer a aquellos muchachos y muchachas apenas armados que éramos entonces. Nuestra lucha en Varsovia duró varias semanas y luego continuamos en la clandestinidad y durante la insurrección de Varsovia, en 1944.

Sin embargo, en ningún lugar del mundo puede un grupo de partisanos alcanzar la victoria definitiva, en ninguna parte una guerrilla puede ser vencida por ejércitos regulares, por muy bien equipados que estén. Vuestra guerra tampoco tiene solución. La sangre será derramada en vano y se perderán vidas en ambos lados.

Nosotros nunca despreciamos la vida. Nunca enviamos a nuestros soldados a una muerte segura. La vida es eterna. Nadie tiene derecho a quitarla a la ligera. Ya va siendo hora de que todo el mundo lo comprenda.

Mirad a vuestro alrededor. Mirad Irlanda. Después de cincuenta años de una guerra sangrienta, ha llegado la paz. Antiguos enemigos mortales se han sentado a la misma mesa. Mirad lo que sucede en Polonia, Walesa y Kuron. Sin gran dificultad, el criminal sistema comunista desapareció. De igual manera, ustedes y el Estado de Israel deben cambiar radicalmente de actitud. Deben hacer las paces para salvar cientos y quizá miles de personas, para ofrecer un mejor porvenir a sus seres queridos, a sus hijos. Sé por experiencia que, tal como se presentan los acontecimientos, eso depende de los jefes militares. La influencia de los actores políticos y civiles es mucho menor. Algunos de ustedes estudiaron en la Universidad de mi ciudad, Lodz, y me conocen. Los creo lo bastante sabios e inteligentes como para comprender que, sin paz, no habrá futuro en Palestina y que la paz no puede obtenerse más que a cambio de concesiones en ambos lados.

Le pido también al [ex] Presidente Bill Clinton, al ministro Bernard Kouchner y al diputado Daniel Cohn-Bendit que apoyen mi petición. Quiero recordarles a ustedes nuestra posición común con respecto a la guerra en Yugoslavia. Quién sabe si esta guerra, la guerra que nadie puede ganar, podría detenerse para que la sustituyan portavoces capaces de llegar a un acuerdo.

Quizá deberíamos buscar un mediador, que no ha de ser un político, sino más bien una personalidad de autoridad moral incontestable, alguien que sitúe la vida con dignidad y la paz para todos por encima de cualquier objetivo político.”

Fausto Giudice y Manuel Talens son miembros de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Talens partenece asimismo al colectivo de Rebelión. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.

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