¿Por qué es tan importante que se condene a Israel y al grupo de presión sionista?

James Petras
Rebelión

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

“Las razones por las que las agencias judías continúan pregonando su apoyo a las desacreditadas políticas de esta fracasada administración no suponen ningún gran secreto. Consideran que el objetivo prioritario es la defensa de Israel, minusvalorando las demás cuestiones de la agenda. Esa única disposición las vincula aún más estrechamente a la Casa Blanca, que ha hecho de la lucha contra el terrorismo islámico su estandarte de combate. Los efectos de la campaña desplegada por el mundo han sido catastróficos. Pero eso les trae sin cuidado a las agencias judías” (8 de diciembre de 2006: declaración de J.J. Goldberg, editor de “Forward” (el principal semanario judío en Estados Unidos).

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Introducción

Muchos escritores judíos, incluídos aquellos que se muestran un tanto críticos con Israel, han planteado preguntas mordaces tras nuestras críticas a la 'configuración del poder sionista' [Nota de la traductora: a partir de aquí, la CPS] en EEUU y a lo que, erróneamente, tachan de singular dura crítica hacia el estado de Israel. Algunos de esos acusadores proclaman que ven síntomas de “antisemitismo latente”; otros, de tendencia más ‘izquierdista’, rechazan que la CPS tenga un papel decisivo, argumentando que la política exterior estadounidense es consecuencia de la ‘geopolítica’ o de los intereses de las grandes corporaciones petrolíferas. Con la reciente publicación de varios textos ampliamente difundidos y extremadamente críticos con el poder del ‘Lobby’ sionista [Nota de la traductora: a partir de aquí utilizaremos el equivalente en español de la palabra "lobby": grupo de presión], varios propagandistas liberales favorables a Israel concedieron generosamente que ése es un tópico que debería debatirse (y no estigmatizarlo o descartarlo de forma automática) y quizá ser ‘tenido en cuenta’.

Los que niegan la CPS: falsos argumentos para falsas reivindicaciones

Las principales alegatos de quienes niegan la CPS adoptan diversas tácticas: Algunos proclaman que la CPS es tan sólo ‘otro grupo de presión’ más, como el de la Cámara de Comercio, el del Club Sierra o el de la Sociedad para la Protección de los Peces de Colores. Otros declaran que al centrarse principalmente en Israel y por deducción en el ‘grupo de presión’, los críticos hacia el sionismo ignoran los abusos igualmente violentos de ciertos gobernantes, regímenes y estados en otros lugares. Este ‘enfoque exclusivo’ sobre Israel, argumentan quienes niegan la CPS, revela un antisemitismo latente o patente. Sugieren que los defensores de los derechos humanos condenen a todos sus violadores en todas partes (¿al mismo tiempo y con el mismo énfasis?). Otros aún defienden que Israel es una democracia –al menos fuera de los Territorios Ocupados (TO)- y por tanto no es tan condenable como otros violadores de derechos humanos y que deberían ‘reconocérsele’ sus virtudes cívicas al lado de sus fallos en el área de los derechos humanos. Finalmente, hay otros que declaran que, debido al Holocausto y a la ‘Historia de los Dos Mil Años de Persecución’, deberían manejarse con gran prudencia las críticas hacia los grupos de presión proisraelíes financiados por los judíos, que uno debería dejar claro que critica sólo abusos específicos, que investiga todas las acusaciones –especialmente las de fuentes árabo/palestinas/Naciones Unidas/Derechos Humanos- y que reconoce que la opinión pública israelí, la prensa e incluso los tribunales o algunos sectores de los mismos pueden también mostrarse críticos con las políticas del régimen.

Esas resistencias a abordar el conflicto árabo-israelo-palestino y las actividades de los grupos de presión sionistas como algo esencial para la guerra y la paz sirven para diluir, disipar y desalentar las críticas y la actividad política organizada frente a la CPS y frente a quienes la dirigen desde Israel.

La respuesta ante esos ataques por parte de aquéllos que se muestran críticos con Israel y con la CPS ha sido débil en el mejor de los casos y cobarde en el peor. Algunos críticos han respondido que sus críticas sólo se refieren a una política o dirigente concretos, o a las políticas israelíes en los TO, y que reconocen que Israel es una democracia que necesita fronteras seguras y que entre los intereses del ‘pueblo’ israelí figura el de disminuir sus barreras de seguridad. Otros argumentan que su crítica va dirigida a asegurar los intereses israelíes, influir en el grupo de presión sionista o abrir un debate. Proclaman que los puntos de vista de la ‘mayoría de los judíos’ en EEUU no están representados por las 52 organizaciones que componen los Presidentes de las Organizaciones Judías Más Importantes de América, o los miles de PAC, federaciones locales, asociaciones profesionales y publicaciones semanales que hablan con una sola voz como partidarios incondicionales de cada giro y vuelta en la política del Estado Sionista.

Existen numerosas líneas similares de críticas que evitan básicamente las cuestiones fundamentales que el estado israelí y la CPS plantea y que nos vemos obligados a analizar. La razón de que esas críticas y acciones dirigidas contra Israel y la CPS tengan actualmente importancia fundamental en cualquier discusión sobre la política exterior de EEUU, especialmente (pero no exclusivamente) en la política hacia Oriente Próximo y en la política doméstica estadounidense, es porque juegan un papel decisivo y tienen un impacto histórico-mundial sobre el presente y el futuro de la paz mundial y de la justicia social. Vamos ahora a examinar las ‘grandes cuestiones’ que enfrentan los estadounidenses como consecuencia del poder de Israel en Estados Unidos.

Las grandes cuestiones planteadas en EEUU por la CPS y el poder israelí

Guerra o Paz:

Un estudio crítico del período preparatorio de la invasión estadounidense de Iraq, de la implicación de EEUU a la hora de proporcionar armas a Israel (bombas de fragmentación, bombas antibunker de dos toneladas e inteligencia obtenida de vigilancia vía satélite) antes, durante y después de la abortada invasión del Líbano, el apoyo de Washington al bloqueo inhumano al pueblo palestino y las demandas de la Casa Blanca y del Congreso de sanciones y de guerra contra Irán están directamente vinculados con la política estatal israelí y sus consejeros sionistas, muy presentes en la rama del ejecutivo y en el Congreso estadounidenses. Uno no necesita más que mirar los documentos, testimonios e informes del AIPAC y de los Presidentes de las Organizaciones Judías Más Importantes de América para observar sus declaraciones triunfales sobre su autoría tras determinados actos legislativos, a la hora de proporcionar inteligencia (falseada) y a la hora de dedicarse al espionaje (AIPAC) y de pasar documentos a la inteligencia israelí (actos todos ellos denominados ahora por los sionistas liberales como ‘discurso libre’).

Como las abrumadoras evidencias indican, si la CPS jugó un papel trascendental en las importantes guerras de nuestro tiempo, guerras capaces de provocar nuevos conflictos armados, nos corresponde entonces rebajar el papel del grupo de presión judío/sionista ante la posibilidad de que consigan que EEUU se lance a futuras guerras. Teniendo en cuenta el enfoque teocrático-militarista de Israel sobre el engrandecimiento territorial y sus anunciados planes de guerras futuras con Irán y Siria, y considerando los actos de la CPS como incuestionables y muy disciplinadas correas de transmisión del estado israelí, los ciudadanos estadounidenses que se oponen a los compromisos actuales y futuros de EEUU en las guerras de Oriente Próximo deben enfrentarse a la CPS y a sus mentores israelíes. Además, teniendo en cuenta los extendidos lazos entre las naciones islámicas, las propuestas de ‘nuevas guerras’ de la CPS/Israel contra Irán darán como resultado guerras globales. De ahí, que lo que está en juego al enfrentarnos a la CPS son cuestiones que van más allá del proceso de paz israelopalestino o incluso de los conflictos regionales de Oriente Próximo: implica la gran cuestión de la Paz o la Guerra Mundial.

Democracia o Autoritarismo:

Sin las bravatas y escuchas públicas del antiguo Senador Joseph McCarthy, el grupo de presión judío ha socavado sistemáticamente los principales pilares de nuestra frágil democracia. Aunque el Congreso estadounidense, los medios, los académicos, los militares retirados y las personalidades públicas son libres para criticar al Presidente, cualquier crítica a Israel, y mucho menos al grupo de presión judío, tropieza con ataques furiosos en todas las portadas de los periódicos más importantes por parte de un ejército de ‘expertos’ propagandistas proisraelíes, que se ponen a exigir que se fusile, purgue y expulse de sus puestos a los críticos o que se rechacen promociones o nuevos nombramientos. Frente a cualquier crítica seria que pida que se cuestione el papel del grupo de presión cuando moldea la política estadounidense para adaptarla a los intereses de Israel, todo el aparato (desde las federaciones judías, el AIPAC, los Presidentes de las Organizaciones Judías Más Importantes de América, etc.) entran en acción: desprestigiando, insultando y estigmatizando a los críticos como ‘antisemitas’. Al rechazar el libre discurso y el debate público a través de campañas de calumnias y de consecuencias reales y amenazantes, el grupo de presión judío ha aniquilado una de las libertades y derechos constitucionales más fundamentales de los estadounidenses.

Las masivas, sostenidas y bien financiadas campañas de odio dirigidas contra cualquier candidato del Congreso que se muestre crítico hacia Israel eliminan, efectivamente, el libre discurso entre la elite política. La abrumadora influencia de acaudalados contribuyentes judíos sobre ambos partidos –pero especialmente sobre los demócratas- consigue la exclusión de cualquier candidato que pudiera cuestionar algún aspecto de la agenda israelí del grupo de presión. La absorción de la financiación de la campaña demócrata por dos fanáticos ultrasionistas: el Senador Charles Schumer y el congresista israeloestadounidense Rahm Emanuel aseguró que todos los candidatos estuvieran totalmente subordinados al incondicional apoyo del grupo de presión a Israel. El resultado es que no hay debate en el Congreso, y mucho menos investigación, sobre el papel clave de prominentes sionistas situados en el Pentágono que están implicados en la elaboración de informes sobre las ‘armas de destrucción masiva’ en Iraq, en el diseño y ejecución de la guerra y en la desastrosa política de ocupación. Los ideólogos del grupo de presión, haciéndose pasar por ‘expertos’ en Oriente Próximo dominan las portadas y páginas editoriales de todos los periódicos importantes (Wall Street Journal, New York Times, Los Angeles Times, Washington Post). En su pose de expertos sobre Oriente Próximo, se dedican a la propaganda de la línea israelí en las cadenas de televisión importantes (CBS, NBC, ABC, Fox y CNN) y en sus filiales en la radio. El grupo de presión ha jugado un papel fundamental en el apoyo y puesta en práctica de legislación altamente represiva, como el Acta Patriótica o el Acta de la Comisión Militar, así como en las modificaciones de legislación anticorrupción que le permiten al grupo de presión financiar, a costa del contribuyente, viajes ‘educativos’ de congresistas a Israel. El director de Seguridad Interior con sus cerca de 150.000 funcionarios y presupuesto multimillonario en dólares no es otro que el fanático sionista Michael Chertoff, inquisidor jefe contra organizaciones islámicas de beneficencia, organizaciones de ayuda palestina y otras organizaciones étnicas o musulmanas de Oriente Próximo en EEUU que pudieran suponer un desafío potencial frente a la agenda proisraelí del grupo de presión.

La mayor amenaza a la democracia, en su sentido más completo de la palabra –el derecho a debatir, a elegir, a legislar libre de coacciones-, se encuentra en los esfuerzos organizados del grupo de presión sionista a la hora de reprimir el debate público, en el control de la selección de candidatos y de sus campañas, en la legislación directa represiva y en las agencias de seguridad contra distritos o grupos electorales que se oponen a la agenda del grupo de presión a favor de Israel. Ningún otro grupo político o de activistas ha mantenido tanta y tan directa influencia en los procesos políticos, incluidos los medios, el debate y votación en el congreso, la selección de candidatos y financiación por parte del Congreso de cuotas de ayuda exterior y agendas en relación con Oriente Próximo como la organizada Configuración del Poder Sionista y sus portavoces indirectos que están en el Congreso al frente de una serie de puestos clave. Un primer paso para poder invertir la erosión de nuestras libertades democráticas es reconocer y denunciar públicamente las viles actividades financieras y organizativas de la CPS y movilizarnos para neutralizar sus esfuerzos.

¿Se trata de su política exterior o de la nuestra?:

Íntima y directamente relacionada con la pérdida de libertades democráticas y consecuencia directa de la influencia del grupo de presión judío sobre el proceso político se halla la elaboración de la política estadounidense en relación a Oriente Próximo y el sujeto que sale beneficiado de tal política. Todos los esfuerzos políticos del grupo de presión (sus gastos, las provocaciones étnicas, la censura y los viajes a costa de los demás) están dirigidos a controlar la política exterior de EEUU y, a través del poder estadounidense, influir en la política de sus aliados, clientes y adversarios en Europa, Asia y Oriente Próximo. El recorte sistemático de nuestras libertades democráticas por parte del grupo de presión está íntimamente relacionado con nuestra propia incapacidad para influir en la política exterior de nuestra nación. Nuestra mayoritaria posición contra la Guerra de Iraq, el repudio al principal ejecutor de la Guerra (la Casa Blanca) y nuestro horror ante la invasión israelí del Líbano y destrucción de Gaza se ven totalmente neutralizados por la influencia sionista sobre los políticos de la Casa Blanca y sobre los congresistas. Los recientemente victoriosos demócratas del Congreso ignoran a su electorado y siguen los consejos y dictados del liderazgo prosionista (Nancy Pelosi, Harry Reid, Rahm Emmanuel, Stephan Israel y otros) apoyando una escalada en los envíos de tropas y un aumento del gasto militar para la guerra en Iraq. Bush sigue la política de guerra contra Irán propuesta por los fervientes fanáticos sionistas del American Enterprise Institute, rechazando las propuestas diplomáticas de la bipartidista Comisión Baker. El Congreso cuadruplica la cantidad de armas almacenadas en Israel (supuestamente de doble uso) en el período posterior al bombardeo israelí del Sur del Líbano con un millón de bombas pequeñas antipersonas procedentes de las bombas de racimo, en desafío directo a la opinión electoral estadounidense. Mientras cientos de millones de niños y mujeres desnutridos sufren y mueren en África, Latinoamérica y Asia, el grupo de presión se asegura de que la mitad de la ayuda exterior estadounidense vaya a parar a los judíos israelíes, alcanzando unos ingresos per capita de alrededor de 22.000 dólares USA.

Ningún otro grupo de acción política organizada o firma de relaciones públicas actuando en nombre de los exiliados cubanos o venezolanos o estados árabes, africanos, chinos o de la UE consigue remotamente acercarse a la influencia del grupo de presión sionista a la hora de moldear la política de EEUU que sirve a los intereses de Israel.

Aunque el grupo de presión representa a menos del 2% del electorado estadounidense, su influencia en la política exterior excede con mucho al de la gran mayoría, que nunca ha tenido ni capacidad organizativa ni financiera para poder imponer sus puntos de vista.

En la historia de la república o imperio estadounidense, nunca una poderosa aunque diminuta minoría ha podido ejercer tanta influencia utilizando el poder económico y militar de una nación y las burdas presiones diplomáticas al servicio de un gobierno extranjero. Ni los francófilos durante la Revolución Americana, ni los anglófilos en la Guerra Civil, ni el Bund alemán en las etapas preliminares de la Segunda Guerra Mundial, ni el grupo de presión nacionalista anti-China de Taiwan tuvieron nunca el poder organizativo ni la sostenida influencia política que el CPS mantiene sobre las políticas interior y exterior de EEUU, ambas al servicio del Estado de Israel.

Enfrentando los asuntos del grupo de presión

La cuestión del poder del grupo de presión sobre las políticas de paz o guerra de EEUU, de autoritarismo o democracia y sobre quién define los intereses a los que sirve la política exterior de EEUU van obviamente más allá de la política en Oriente Próximo, el pillaje territorial colonial israelí en Palestina e incuso la salvaje ocupación de Iraq. El desarrollo de la influencia sionista sobre el poder militar más poderoso del mundo, que dispone de la mayor serie de estados clientes, bases militares, armas mortíferas y voz decisiva en las instancias internacionales (FMI/Banco Mundial/Consejo de Seguridad de Naciones Unidas), significa que el grupo de presión tiene medios para apalancar sus posibilidades en la mayor parte de las zonas del mundo. Ese poder de apalancamiento se extiende sobre todo un registro de asuntos, desde la defensa de las fortunas de los homicidas y gangsters oligarcas rusojudíos, hasta el aporreamiento de los aliados europeos de EEUU para que sirvan de cómplices en la limpieza étnica que Israel lleva a cabo en Palestina.

La CPS representa una amenaza básica para nuestra existencia como estado soberano y para nuestra capacidad de influir en quienes elegimos y en qué tipo de agendas e intereses debieran perseguir nuestros representantes. Y lo que es aún peor, con tal de servir a los intereses israelíes, nos convertimos en cómplices de un estado cuyo Tribunal Supremo legaliza los asesinatos políticos que violan fronteras nacionales, la tortura, las violaciones sistemáticas del derecho internacional y de un régimen que repudia las resoluciones de Naciones Unidas y unilateralmente invade y bombardea a sus vecinos y práctica un expansionismo colonialista militar. En resumen, Israel alienta y nutre las tendencias más retrógradas y las prácticas más brutales de la política contemporánea estadounidense. En ese sentido, el grupo de presión, a través de sus medios, influencias en el Congreso y think tanks, está creando una identidad que es la viva imagen de Israel. Como Israel, los EEUU han establecido en el Pentágono sus propios equipos de asesinos; como Israel, invade y coloniza Iraq; como Israel, viola y rechaza cualquier límite legal internacional o constitucional y tortura sistemáticamente a prisioneros a los que acusa sin haberlos sometido a juicio.

Por todas estas consideraciones fundamentales, no podemos presionar a nuestros colegas y compatriotas judíos ‘progresistas’ e inhibirnos nosotros a la hora de enfrentar con firmeza y urgencia al grupo de presión sionista. Están en juego demasiadas libertades; nos queda demasiado poco tiempo antes de que consigan afianzar una mayor escalada militar; nos queda demasiada poca soberanía frente al esfuerzo concertado del grupo de presión y sus ‘ideólogos y expertos’ en Oriente Próximo que presionan y nos empujan hacia una nueva y más devastadora guerra con Irán en aras de la búsqueda de Israel del dominio sobre Oriente Próximo.

Ningún otro país, que viole o no, los derechos humanos, con o sin sistemas electorales, tiene la influencia sobre nuestra política interior y exterior que tiene el estado de Israel. Ningún otro grupo de presión tiene el tipo de poder financiero y alcance organizativo del grupo de presión judío para socavar nuestras libertades políticas domésticas o nuestra capacidad para hacer la guerra. Tan sólo por esas razones, es lógico que nosotros, estadounidenses, tengamos una urgente necesidad de colocar nuestra lucha contra Israel y su grupo de presión en el primer puesto de nuestra agenda política. No es porque Israel tenga la peor agenda de derechos humanos del mundo –otros estados tienen incluso peores credenciales democráticas- sino por su papel impulsando a sus seguidores en EEUU para que degraden nuestros principios democráticos, nos roben nuestra libertad para el debate y nuestra soberanía para decidir nuestros propios intereses. El grupo de presión pone los recursos militares y presupuestarios del Imperio al servicio del Gran Israel, y eso provoca los peores derechos humanos del mundo.
Las respuestas democráticas, justas y pacíficas a las Grandes Preguntas con que se enfrentan estadounidenses, europeos, musulmanes, judíos y otros pueblos del mundo pasan por la derrota y desmantelamiento de la Configuración del Poder Sionista dirigida por los israelíes en EEUU. Otro planteamiento no nos permitirá comprometernos en un debate abierto sobre posibles alternativas a la represión en casa y al imperialismo fuera.

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