Entonces ¿Qué boicot prefieres?
Haim Bresheeth
Ahram Weekly
Traducido por J.M. y revisado por Caty R.
Como consecuencia de la acusación de antisemitismo a algunos intelectuales judíos por los partidarios del Estado de Israel, el académico y director de cine Haim Bresheet expone las razones para boicotear culturalmente a su país de origen.
En los últimos meses se ha emprendido una infame campaña de propaganda, y no es la primera vez, contra los intelectuales judíos liberales que con sus posturas han encolerizado a los dirigentes de las comunidades judías de los principales países occidentales.
¿La acusación? Nada menos que antisemitismo. Un dedo acusador señala en varias comunidades a los pensadores y artistas judíos que han osado criticar a Israel y sus políticas y actuaciones salvajes, ilógicas y contraproducentes. Cualquiera que se aparte del apoyo total a la línea de actuación que marca Israel, aunque sólo sea indignándose, es acusado de antisemitismo, término que se utiliza como el “abracadabra” para denostar a los herejes que se apartan del camino trazado por el sionismo.
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En París, al filósofo Alain Finkelkraut le pareció oportuno acusar al cineasta israelí Eyal Sivan de algo más que antisemitismo –incitación al asesinato de los judíos- solamente por haber hecho la película Ruta 181 con el realizador palestino Michel Khelfi. El film es una compleja exposición de la vida de los palestinos en Israel y en los territorios ocupados, que pone en evidencia la brutalidad y la ilegalidad israelíes. En ningún momento de la película se hace una llamada a la violencia ni propone infligir algún daño a judíos o israelíes. El film se exhibió ampliamente en Israel mismo, donde el cineasta trabaja y enseña.
La acusación contra los realizadores se hizo en una popular emisora de radio con una llamada a los oyentes para que hicieran “lo que se debe hacer” para pararles los pies a esos sospechosos individuos. Los cineastas llevaron el caso a los tribunales de París porque el filósofo en cuestión es una notoria figura pública, famosa por las expresiones racistas que utilizó en una entrevista en hebreo, pensando que probablemente no se traducirían. Obviamente se equivocó y la traducción, que estaba disponible en Internet, le convirtió en el enemigo público número uno de las minorías étnicas de Francia. La Corte determinó que las acusaciones difamatorias de Finkelkraut no eran tales y que además tiene derecho a expresarlas. La sentencia se ha apelado pero podemos respirar tranquilos, el temor a las iras de la comunidad judía de Francia es real y el sistema hará todo lo posible para evitar su cólera.
Al otro lado del charco el lobby sionista estadounidense, que no se distingue precisamente por su sutileza y amor a la verdad, ha encontrado nuevas víctimas; con sus maniobras ha conseguido aislar al lingüista Noam Chomsky de forma que no pueda expresar sus críticas a Israel en los medios de comunicación estadounidenses. Los nuevos blancos son el dramaturgo Tony Kushner y el destacado historiador Tony Judt. ¿La acusación? La misma. Se han atrevido a discrepar, a manifestar su desacuerdo con Israel y a cuestionar su derecho inalienable a bombardear y destruir, sin detenerse ante nada ni nadie, en cualquier lugar de Oriente Próximo. Por lo visto, como denunciaba The Observer en enero, la comunidad judía ha organizado planes para “hacer frente” a estos judíos con acusaciones de antisemitismo y mucho más.
En muchos países, incluso con gobiernos democráticos de derechas, se permite que los intelectuales critiquen a sus dirigentes en intervenciones públicas; este derecho, obviamente, no existe cuando se trata de Israel. Los mandarines sionistas británicos se atienen a este mensaje. Una despreciable campaña parecida se ha emprendido contra el investigador académico Tony Larman, recientemente nombrado director del Instituto de Investigación de Políticas Judías, con las mismas afiladas acusaciones inventadas en Estados Unidos, que se utilizan para atacar al investigador que insiste en su derecho al análisis crítico.
Todo esto forma parte de un fenómeno más amplio: las comunidades judías cierran filas frente a la corriente cada vez más grande de las voces críticas contra las atrocidades israelíes en Palestina y más allá. No hace mucho, en una de tantas “reocupaciones” de la Franja de Gaza, Israel no sólo asesinó a muchos civiles palestinos, sino que además destruyó la única fuente de electricidad y selló las fronteras impidiendo el abastecimiento de medicamentos cuando más falta hacían.
Cuando se estaban estudiando posibles actuaciones para reemplazar la parálisis de la comunidad internacional, sobrevino la chapucera invasión de Líbano que originó un millón de refugiados, decenas de miles de edificios derribados y toda la infraestructura del sur del país destruida. Mientras crecía la indignación de la comunidad internacional, siguiendo su política habitual, Bush y Blair actuaron para asegurarse de que las Naciones Unidas no condenaran esas atrocidades y las tropas israelíes se vieron con las manos libres para sembrar la muerte y la destrucción sin que nada las detuviera.
Todos conocemos el final de la historia, Israel no consiguió sus objetivos ni en Gaza ni en Líbano. Lo que sí consiguió fue una destrucción apocalíptica y otro nuevo y severo desequilibrio de la región. Además de alentar el crecimiento de las organizaciones extremistas por medio de la desestabilización en una región que siempre está al borde del desastre, se demostró una vez más que las acciones destructivas e ilegales de Israel gozan de total impunidad protegidas por Occidente. Es lógico y deseable que algunos judíos se sientan furiosos y lo raro sería que no fuese así. Después de todo, si cualquier otro país actuase de esa forma, las Naciones Unidas se verían obligadas a intervenir con una fuerza militar, como hicieron en 1991 cuando Sadam Husein ocupó Kuwait.
El cínico uso y abuso del Holocausto parece ser el arma secreta de Israel y sus judíos (y no judíos) aliados incondicionales. Los no judíos temen la acusación de antisemitas como a la peste y eso hace que no se atrevan a manifestarse contra el estado paria en que se ha convertido Israel. Y ahora también los judíos están en el punto de mira de los acusadores.
En muchas comunidades los judíos han comprendido que ha llegado el momento de ponerse en pie y exigir que se acabe el uso y abuso del Holocausto como excusa para defender lo indefendible. Muchos están de acuerdo con el creciente boicot comercial, cultural y académico contra Israel como una opción pública internacional no violenta para manifestarse contra las continuas agresiones a Palestina y otros países árabes. Ésta es la verdadera preocupación de las instituciones sionistas organizadas, que la creciente bola de nieve por fin comienza a moverse y cada vez se hace más poderosa e influyente en su camino actuando sobre la opinión pública de algunos países contra Israel y su impunidad protegida por el poder occidental.
Se pueden prever los resultados de estas acciones de protesta. Fuimos testigos del crecimiento del movimiento “antiapartheid” desde un pequeño grupo de activistas y radicales hasta una marea de acción internacional que tiró abajo el régimen de Sudáfrica y sus injusticias. Esto es lo que más temen Israel y los aliados de sus crímenes, un genuino movimiento popular que forzará la participación internacional para encontrar una solución pacífica y justa al conflicto, después de que todas las componendas occidentales han fallado miserablemente debido a su compromiso con la causa israelí y su apoyo implícito a la ocupación y sus iniquidades.
Mientras este boicot popular que va cogiendo fuerza poco a poco recibe acusaciones de antisemita, otro boicot se lleva aplicando exitosamente desde hace más de un año. Desde enero de 2006 cuando se celebraron las elecciones democráticas palestinas que dieron su apoyo a Hamás, Israel y sus aliados occidentales –el “Cuarteto”- están boicoteando ilegalmente a Palestina y su gobierno de todas las formas posibles. Israel retiene millones de dólares de exportaciones palestinas mientras se niega a reconocer al gobierno palestino y a negociar con él. La unión Europea y Estados Unidos cortaron sus programas de ayuda que proveían las necesidades de la población y hay un apoyo tácito al presidente Abbas –el líder político elegido por los estadounidenses- en su intento de deshacerse de Hamás, ya sea por la fuerza o por elecciones inconstitucionales. Como se aprecia, hay muchas maneras de apoyar “la democracia”.
El boicot del Cuarteto, que incluye a las Naciones Unidas, es ilegal; tanto como los precedentes fiascos de Afganistán e Iraq, y como éstos está destinado a producir resultados opuestos a los que proyectaron sus mentores. También hay que considerar que es un boicot destructivo, que provoca divisiones entre la población palestina, que la expone a la privación de alimentos, medicinas y los fondos destinados a mantener los servicios básicos, además de que nunca se ha discutido ni votado en ninguno de los países implicados y ni siquiera ha sido objeto de ningún debate público serio.
¿Qué boicot prefiere usted? ¿Cuál es el que tiene más posibilidades de causar daños y cuál el que puede contribuir a una solución justa de coexistencia pacífica? Hay que recordar a Sudáfrica y que las falsas acusaciones de antisemitismo no impidan un debate racional e imprescindible.
Original en inglés: http://weekly.ahram.org.eg/2007/835/op3.htm
Haim Bresheeth es cineasta, profesor de la Universidad de East London (UEL) y director del centro de investigación de artes digitales y cibercultura “Matrix East Research Lab”. Es coautor (con Stuart Hood) del libro Introducción al Holocausto, segunda edición de su exitoso Holocausto para principiantes, que se ha publicado también en turco y serbocroata y se está traduciendo a otras lenguas. Entre sus películas destaca State of Danger, documental sobre la Intifada palestina para la BBC2. Publica artículos en hebreo e inglés en varias publicaciones como Haaretz y Al-Ahram Weekly. Su sitio web es:
http://www.haimb.pwp.blueyonder.co.uk/
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