La insoportable levedad de Sarah Palin

Elizabeth Maier
La Jornada
10/10/08

Cuando hace un poco más de un mes John McCain nombró a Sarah Palin como su candidata a vicepresidente, apostó a matar dos pájaros de un tiro. En primer lugar, dinamizó en favor de su campaña la hasta entonces reticente base republicana ultraconservadora por seleccionar a esta mujer profundamente comprometida con las premisas del fundamentalismo cristiano. Por otro lado, identificó al sector de mujeres hillaryistas, inconformes con la victoria demócrata de Barack Obama, como el voto a perseguir para ganar las elecciones. Por último, la selección de una mujer joven como pareja política pretendía mandar un mensaje de frescura y cambio a la masa de votantes jóvenes que con tanto entusiasmo han apoyado al candidato demócrata Barack Obama.

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Su presencia impactó la dinámica política de la competencia electoral, inyectando a la cansada campaña de John McCain la chispa de la novedad y atizando el anhelo de muchas mujeres de verse representadas en el apogeo del poder gubernamental. Frente a su limitada experiencia como presidenta municipal de una ciudad de no más de 5 mil personas y el reducido tiempo como gobernadora de la última frontera continental estadunidense, los publicistas republicanos forjaron un discurso de inocencia y pureza política: la virgen política; la novata sin los vicios del establishment; la vecina imaginaria; la mujer líder, ambiciosa y tradicional a la vez; bonita, campechana y decidida a limpiar a Washington como si fuera su propia casa. La maquinaria discursiva republicana evocó una imagen de alguien no tocado por la avaricia ni los intereses partisanos, con la capacidad de poner orden en el país como lo hace con sus cinco hijos.

De esta manera, la ideología conservadora religiosa enfrenta al apoderamiento femenino y plantea su propia versión de la equidad de género. Todo pasa por la migración simbólica de la entrega maternal y la eficiencia hogareña al ejercicio público y político. Pero a la vez, la nueva valoración social de estas actividades se traduce en el fortalecimiento de dichos papeles en el interior de la familia. No existe un sujeto autónomo mujer en este discurso, sin la asociación maternal y hogareña. Su incursión al ámbito político se avala con la premisa de que la experiencia genérica de las mujeres sanea lo político por ser naturalmente menos egoístas y más organizadas.

Desde esta mirada Sara Palin de nuevo tatuó la marca de género sobre el cuerpo de la contienda, montando simbólicamente su figura sobre la frustrada participación de Hillary Clinton. Pero su falta de experiencia internacional y económica, así como su atadura con las posiciones cristianas fundamentalistas más recalcitrantes –como su oposición al aborto bajo toda circunstancia, excepto la amenaza a la vida de la madre (aun en casos de violación o incesto), su negación de los derechos al libre albedrío de las mujeres y hombres en el manejo de su sexualidad y capacidad reproductiva, su exclusivo énfasis en la abstinencia como educación sexual para adolescentes y su creencia de que el calentamiento de la Tierra no corresponde a la actividad humana– ha hecho de su candidatura un parteaguas que resalta la tensión entre la representatividad femenina y la perspectiva de género.

En este sentido, la mera presencia de Palin como candidata enriquece la representación de la democracia y la ciudadanía, invitando al género femenino a compartir el reparto de los privilegios y oportunidades políticas. Pero esta re-representación de lo femenino en el imaginario colectivo resulta un sendero limitado hacia la equidad.

Para transformar efectivamente la relación social de género, la resquebrajadura del techo de cristal por mujeres individuales tiene que acompañarse con la incorporación plena de la perspectiva de género a la mirada sociopolítica. De esta forma se pueden comprender las identidades y papeles genéricos como productos históricos modificables, y al cuerpo femenino como un campo político central en la lucha por la ciudadanía plena.

Margaret Thatcher, Isabel Perón y Violeta Chamorro han demostrado que las mujeres que ejercen poder político no siempre representan propuestas políticas de mayor equidad. Al contrario, con frecuencia han representado con su estilo político y el contenido de su propuesta un orden social autoritario y jerárquico que históricamente ha discriminado y subordinado a las mujeres.

La oferta de Palin como feminista pro vida va en esta dirección. Limita las decisiones de las mujeres y, por lo tanto, restringe su derecho a una vida más autónoma y libre. Su afirmación durante el debate vicepresidencial del viernes pasado, de fortalecer la autoridad y extender la influencia de la vicepresidencia, recordó el modo de proceder del actual vicepresidente Cheney, confirmando a la vez la misma tendencia autoritaria que ha filtrado en su corto ejercicio gubernamental en Alaska. Su discurso político tensionado entre lo folclórico, lo populista y lo libremercadista refleja las mismas contradicciones de la etiqueta del feminismo pro vida, vacío de un contenido coherente que encubra la sed de la ambición.

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