Hipocresías y esperanzas en Annapolis

La Voz del Interior - Vía Gara (27-11-2007)

En el contexto de la Cumbre de Annapolis que comienza hoy, Chomsky analiza las bases de un posible acuerdo político entre palestinos e israelíes. Asimismo, denuncia la implicación de EEUU en la política criminal de Israel contra los palestinos y considera que, también en su país, «hay gran cantidad de trabajo educativo y organizativo para hacer».
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Los crímenes contra los palestinos en los territorios ocupados y en otras partes, particularmente desde que los palestinos votaron «de manera equivocada» y dieron la victoria a Hamas el año pasado, son tan escandalosos que la única reacción emocionalmente válida es la furia y el pedido de acciones extremas. Pero eso no ayuda a las víctimas, y es probable que les haga daño. Nuestras acciones tienen que estar adaptadas a las circunstancias del mundo real, pese a lo difícil que puede ser permanecer calmo al enfrentar crímenes vergonzosos, en los cuales nosotros, en los Estados Unidos, estamos directa y crucialmente implicados.

Nos estamos aproximando a la conferencia entre israelíes y palestinos convocada por el presidente de Estados Unidos George W. Bush y que se realizará en Annapolis, Maryland. Es la primera iniciativa diplomática potencialmente seria de esta administración en relación al conflicto.

De manera ideal, las negociaciones de Annapolis deberían comenzar en el punto que habían alcanzado en Taba, Egipto, en enero de 2001. Esa semana fue el único momento en 30 años que los Estados Unidos e Israel abandonaron la posición de rechazo que han mantenido en virtual aislamiento hasta el presente. Y Taba estuvo a punto de llegar a un arreglo para la creación de dos estados, con un razonable canje de tierras. La idea convencional es que en Taba los palestinos rechazaron la generosa oferta de Israel. De hecho, la conferencia terminó abruptamente por decisión del primer ministro israelí Ehud Barak, cuando los negociadores informaron que estaban a punto de llegar a un acuerdo.

Tal vez Taba estuvo al borde del éxito porque Estados Unidos no actuó como mediador. La política de Washington hacia israelíes y palestinos ha sido por mucho tiempo una contorsión.

«Cada administración (de Estados Unidos), desde 1968, cuando Israel ganó la guerra y ocupó Cisjordania y la Franja de Gaza, ha favorecido devolver, al menos en privado, casi todo el territorio a los palestinos con el propósito de crear un Estado palestino separado», observó hace dos meses el respetado analista de política Leslie Gelb en «The New York Times Book Review».

Observen la frase «en privado». ¿Por qué no públicamente?

Gelb no puede querer decir que la diferencia en la posición viene del miedo al aterrorizante lobby israelí, pues intenta negar la tesis de que se trata de una fuerza poderosa e intimidante. Entonces, ¿por qué solamente de manera «privada»?

Tal vez porque ese tipo de interpretación apoya la cómoda autoimagen de Estados Unidos como un «intermediario honesto», frustrado en sus nobles esfuerzos por culpa de extranjeros violentos e irracionales. También se asigna a los palestinos el rol principal en el drama.

Sabemos lo que la administración ha dicho públicamente. El gobierno de Washington ha rechazado todo aquello que permita la creación de dos estados. Eso viene ocurriendo desde 1976, cuando Estados Unidos vetó una resolución del Consejo de Seguridad reclamando un acuerdo de dos estados en la frontera internacional (la Línea Verde), incorporando todo el fraseo relevante de la resolución de la ONU 242 de noviembre de 1967.

Los dos estados. Ahora, casi todo el mundo está de acuerdo con la creación de dos estados, según las líneas en las que estuvieron a punto de ponerse de acuerdo en Taba. Esto incluye todos los estados árabes, que proponen una total normalización de relaciones con Israel. Incluye además a Irán, que acepta la posición de la Liga Arabe. Incluye a Hamas, cuyos líderes han pedido repetidamente y públicamente un acuerdo de dos estados, incluso en la prensa de Estados Unidos. Incluye también a la figura más militante de Hamas, Khaled Meshal, exiliado en Siria. Israel ha rechazado de manera reiterada el consenso internacional. Y Estados Unidos apoya totalmente ese rechazo.

El presidente Bush ha llegado a nuevos extremos en ese rechazo, declarando que los ilegales asentamientos de la Margen Occidental deben quedar en manos de Israel. Pero la línea del partido permanece imperturbable: Bush, la secretaria de estado Condoleezza Rice y el resto desean que se concrete la «visión» de Bush de un estado palestino, persistiendo en el noble esfuerzo de un «intermediario honesto» de larga data.

El rechazo va mucho más allá de las palabras. Más significativas son las acciones en el terreno: programas de colonización, el muro de anexión, cierres, revisaciones y cosas mucho peores.

La historia continúa a medida que la conferencia de Annapolis se aproxima. Sólo un ejemplo: Israel acaba de confiscar más tierra árabe para construir una ruta de desvío por la que puedan circular los palestinos. El propósito es «impulsar el tráfico palestino entre Belén y Ramalah hacia el desierto e impedir de hecho que [los palestinos] tengan acceso a la parte central de la Margen Occidental», dijo Gush Shalom, una organización de pacifistas israelíes. Eso forma parte del proyecto de desarrollo E-1, al este de Jerusalén, diseñado para incorporar el pueblo de Ma'aleh Adumim dentro de Israel y, en efecto, para dividir en dos la Margen Occidental, señaló Gush Shalom.

«Con este tipo de política que lleva a cabo el Gobierno, la famosa conferencia de Annapolis queda vaciada de todo significado, mucho antes de que se realice», indicó la organización.

No se ha adelantado ninguna propuesta realista que tome como punto de partida el acuerdo de dos estados, según las líneas generales de Taba. Hubo negociaciones informales, que condujeron a varias propuestas detalladas, especialmente el Acuerdo de Ginebra de diciembre de 2002, aplaudido por la mayor parte del mundo pero descartado por «el jefe disfrazado de socio», como el analista político israelí Amir Oren describe la relación entre su país y Estados Unidos. Sin el apoyo de Estados Unidos, Israel no puede conseguir sus objetivos expansionistas. Eso hace que la responsabilidad recaiga en nosotros, los que vivimos en Estados Unidos.

Hay un montón de escollos por delante. Algunos de los asesores más cercanos del primer ministro Ehud Olmert han respaldado una versión de la política de «canje de tierras» de Avigdor Lieberman, el líder ultraderechista del partido Yisrael Beitenu. Ese tipo de canje le daría a los palestinos autoridad técnica sobre la región de mayoría árabe en Israel, el «triángulo» que bordea la Línea Verde. A cambio, Israel anexaría los asentamientos que abarcan preciados recursos de agua y valiosas tierras, dejando el resto aprisionado y cantonizado, y con el valle del río Jordán en manos de los israelíes. Los habitantes, por supuesto, no serán consultados.

En las próximas semanas, y a largo plazo, hay gran cantidad de trabajo educativo y organizativo para hacer, entre la población estadounidense, que es ampliamente receptiva, aunque ha sido inundada de propaganda y engaños. No será fácil. Nunca lo es. Pero tareas más difíciles se han llevado a cabo con un esfuerzo dedicado y persistente.

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