Retrospectiva: UN PIGMEO, DE ANIMAL EN EL ZOO

El Mundo

LLEVADO desde Africa a EEUU hace 100 años para ser exhibido en una feria, a Ota Benga le encerraron, en el zoo del Bronx, en la misma jaula que a un orangután. Fue rescatado, pero acabó suicidándose
JOSÉ ANTONIO DIAZ. THE NEW YORK ZOOLOGICAL SOCIETY

Es una historia vieja como el hombre. En el año 2270 a. C., un explorador egipcio llamado Herkhuf viajó al Sudán en busca de tesoros. Volvió cargado de marfil, ébano, goma aromática y pieles, pero ninguno de estos presentes satisfizo más al faraón Pepi II que un pigmeo procedente de las tribus sudanesas. Causó sensación en la corte, y por ello Herkhuf fue colmado de espléndidos regalos.



...Siga leyendo esta noticia, haciendo click en el título...


Cuatro milenios más tarde, en EEUU, la tierra de los nuevos faraones, se repitió el episodio. Con ribetes más sangrantes incluso. Ota Benga, un pigmeo llevado desde el Congo en 1904, acabó exhibido en la jaula de los gorilas del zoológico de Nueva York.

Hoy los aproximadamente 250.000 pigmeos que viven entre Camerún, Congo y Gabón están amenazados por los conflictos étnicos. Las guerrillas combatientes en la República Democrática del Congo los consideran una especie subhumana cuya carne confiere poderes mágicos a quien la consume. La deforestación, espoleada por los granjeros, pero sobre todo por las compañías madereras europeas y malayas, está destruyendo su hábitat, y cada vez se les ve más vagando por grandes ciudades como Mombasa, donde malviven con trabajos ocasionales o dedicándose a la prostitución. El lacerante ejemplo de Ota Benga, de cuyo viaje se cumplen 100 años, viene a recordar una de las más vergonzantes heridas abiertas por el hombre blanco en Africa.

La historia es la siguiente. En 1888 el rey belga Leopoldo II, el dueño del Congo, organizó en la colonia un ejército de mercenarios llamado Force Publique. Constituían un cuerpo de policía, fuerza antiguerrillera y ejército de ocupación que ya en 1900 alcanzaba los 19.000 hombres encargados se aplastar tanto las numerosas sublevaciones étnicas, como de garantizar el trabajo esclavo de porteadores y recolectores de caucho. Ahorcamientos, torturas y mutilaciones eran los métodos de disuasión que utilizaban en sus expediciones de castigo.

En una de ellas arrasaron un poblado, asesinando y desmembrando a aquellos «nativos en estado inferior de evolución». Entre los muertos estaban la mujer y los hijos de Ota Benga, un pigmeo que había salido a cazar y regresaba al poblado para comunicar que había abatido un elefante. Capturado por los asesinos de su familia, Ota Benga fue llevado a un mercado de esclavos.

Allí le vio un famoso explorador llamado Samuel Verner, quien se hallaba buscando pigmeos para exhibirlos en la Exposición Universal de Saint Louis -en el estado norteamericano de Misuri- de 1904. Haciéndole agacharse, Verner inspeccionó a Ota, «separándole los labios para examinar sus dientes». Luego, como quedase contento, lo compró por unos sacos de sal y algo de ropa. Ota ayudó a Verner a convencer a otros pigmeos para que le acompañasen a Saint Louis.

No era una práctica extraña. Vistos como curiosidad antropológica por los primeros exploradores europeos que visitaron Africa, los pigmeos, hombrecillos que apenas medían 1,35 metros, siempre tuvieron en sus características físicas una seña de identidad al tiempo que un pasaporte para la irrisión.

Ya en 1897, Leopoldo II había dispuesto que en la Exposición Universal de Bruselas se representase una escenografía de aquel Congo lejano y pintoresco que le producía tan notables beneficios.Hizo traer desde Africa a 267 hombres, mujeres y niños entre los que había dos pigmeos y organizó una representación de la vida africana que atrajo la atención de un millón de visitantes.

Ante ellos, los africanos vivían y danzaban delante de sus chozas de bambú con tejado de paja, aunque, en realidad, cuando llegaba la noche eran recogidos en los establos reales. Los visitantes les lanzaban comida, lo que produjo indigestiones entre los indígenas hasta el punto de que el propio rey Leopoldo ordenó colocar un cartel que decía: «Los negros son alimentados por el comité organizador».

SALVAJES PRIMITIVOS

Como los africanos de Leopoldo, cuando Ota Benga llegó a EEUU fue exhibido junto a sus compañeros en la sección de antropología de la Exposición, expuestos bajo el epígrafe de «salvajes primitivos».Su presencia y la de los demás pigmeos fue muy celebrada por el numeroso público que se acercó a visitar la Exposición, unos 20 millones de personas que se dejaron 25 millones de dólares en taquilla.

Algunos antropólogos aprovecharon a Ota y sus compañeros como conejillos de indias para sus estudios. En este aspecto les sometieron a diversos test de inteligencia que, con indisimulado racismo, les sirvieron para proclamar que los negritos «se comportaban de la misma forma que las personas mentalmente deficientes, cometiendo muchos errores estúpidos y tardando mucho tiempo en ejecutar las pruebas más simples». Algo fácil de comprender si se tiene en cuenta que aún 20 años después autores como Crookshank seguían sosteniendo que el hombre blanco provenía de los primates más inteligentes, los chimpancés; los orientales, de los orangutanes, y los negros, de los fuertes pero poco inteligentes gorilas.

Acabada la Exposición, Verner cumplió su palabra y se llevó a Ota y a sus compañeros de regreso a Africa. Allí, Ota Benga volvió a casarse casi de inmediato, pero su segunda mujer murió por la picadura de una serpiente. Solo, sin familia ni clan que le protegiese, y con el resto de pigmeos repudiándole por las malas experiencias pasadas en la tierra del hombre blanco, Ota Benga volvió a juntarse con Samuel Verner, acompañándole en su retorno a América.

De nuevo en EEUU, el explorador vendió los animales capturados en Africa a diferentes zoológicos. Según explica Phillips Verner Bradford, nieto de Verner y coautor, con Harvey Blume, del libro Ota Benga: The Pigmy In The Zoo (Dell Publishing, Nueva York, 1993; se pueden pedir copias en la web http://www.concentric.net/~pvb/order.html), el explorador quedó en bancarrota, su patrimonio fue embargado y la tutela de Ota Benga quedó en manos del Museo Americano de Historia Natural. Ota Benga acabó en Nueva York.

DIENTES AFILADOS

William Hornaday, a la sazón director del Bronx Zoological Garden de la ciudad, quiso entonces hacer realidad una vieja aspiración: plasmar la jerarquización de las razas en una especie de representación que mostrase la supremacía del hombre blanco sobre los salvajes africanos, a quienes consideraba análogos a los monos. Con tal motivo, mezclando un barniz pseudoantropológico con una populista representación circense, Ota Benga fue encerrado en una jaula compartiendo espacio con un orangután.

El público se arremolinaba ante su habitáculo, ávido de contemplar a aquel hombrecillo de 23 años, que apenas media 1,35 metros.Más adelante, incluso le dieron un pequeño arco con el que disparaba a sus visitantes, quienes no quitaban la vista de sus dientes afilados «para devorar carne humana», según podía leerse en la prensa. Explotando esta leyenda, los cuidadores del zoo se encargaban de sembrar de huesos el suelo de la jaula, lo que excitaba aún más la curiosidad de las hasta 40.000 personas que acudían a contemplarle algunos domingos.

Pero aquella situación no podía prolongarse y algunas instituciones religiosas acudieron en su ayuda. Unos dicen que por caridad; otros, que por evitar la difusión de teorías evolutivas.

Ingresado en el Colegio y Seminario Teológico de Virginia, pronto lo abandonó para trabajar en una fábrica de tabaco. Solo, sin hogar y desanimado, Ota Benga se suicidó en Lynchburg, en 1916.


0 comentarios: